Mariana se viste de latex

Estaba yo un tanto adormecido por el efecto de la regadera y la lectura del manual de operación de mi nuevo celular. Mariana no dejaba de brincar de un lado a otro de la casa, probandose trajes de baño nuevos, poeniéndose mascarillas exfoliantes y organizando no se que tantos papeles. El aburrimiento era cada vez mayor, pero algo me detenía para acabar de rendirme frente al sueño. ¡Qué bien que no lo hice! De pronto aparece del otro lado de la puerta con el cabello mojado, medias de red negras, de esas que por ordinario que sea el fetiche no dejan de prender al respetable espectador, y un corsé negro de latex que se me había ocurrido comprar un par de semanas antes en una sex shop de la Zona Rosa. El aburrimiento se me sacudió por completo. No así el sueño, que se empeñaba en que, a pesar del outfit, yo le entregara a mi mujer una matrimonial dosis de sexo de fin de semana antes de dormirnos por completo. Afortunadamente, contra el hastío: Mariana, que con su pelo mojado comenzó a despertar mi torso desnudo, luego mis axilas y finalmente mis piernas. Se dejó pasar las manos por todo el cuerpo. Sus senos se atiborraban dentro de las copas del corsé y la sensación de apretarlos era tan nueva como plasentera. Me hizo sexo oral, con todos los detalles que me lanzan fuera de la cabeza, y que el lector disculpará que omita en beneficio de un poco de pudor. La lamí entre las piernas y el sabor de su sexo se combinaba con sus sonidos en una especie de mantra delirante. Ya sin sueño y sin rastro de aburrimiento, hicimos el amor, como bien nos lo merecíamos después de una semana larga y de trabajo pesado. Se quedó dormida entre mis piernas, usando la derecha como almohada y la izquierda como cobija

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