Sobre el papel de los juguetes

Mariana tiene una amiga eterna. Vive en su buró y no mide más de la mitad de un dedo. No siempre me pregunto si es indispensable, pero creo que si hace diferencias. La amiga de Mariana nunca sale con nosotros, ni siquiera a los viajes, de hecho, solo nos acompaña cuando lo hacemos en la recámara como matrimonio viejo.
Cuando el calor empieza a subir y Mariana me tiene amarrado con las piernas, levanto la pélvis para penetrarla más profundamente. Entonces sucede. Siempre. Casi siempre Mariana se distrae levemente y abre los ojos para buscar en el espacio conocido. Agradezco que la luz esté encendida porque así el intervalo es más corto y no hay que perder más tiempo prendiendo la lámpara de noche. Se estira.
Sus dedos desordenados se abren espacio entre las cosas de la mesa de luz. Encuentran, casi de inmediato y por instinto a su objeto anhelado. Metálico y brillante. Vigoroso y pequeño. Un diminuto vibrador que le regaló hace un buen rato una amiga lesbiana, y al cual se volvió tan adicta que renunció por completo a todo el catálogo de la Sex Shop de la esquina. (Más de una vez he añorado la época en que me dejaba masturbarla con objetos de tamaños y formas más anatómicas.)
Pero con Pildorita (su apelativo cariñoso) no hay problema. Puedo sentirme intimidado por un dildo vulcanizado que emula el viril encanto de los negros, pero así ¿cómo? Frente a un objeto que me cabe en una palma y que vibra con tal fuerza que haría palidecer a cualquier veinteañero, no hay manera de no sentir, incluso, un poco de ternura. Como quien mira la habichuela mágica y luego murmura "De esta insignificante semillita, vas a ver nacer un gran orgasmo." Con la nimia amiga de Mariana no hay competencia posible. Admito feliz a Pildorita en nuestra cama. Hacemos una combinación ganadora. Ella frota con lascivia el clítoris mojado de Mariana mientras yo estimulo su yo más interno. Yo la aprieto con las manos y ella vibra a todo lo que da. Entre mi púbis y el de Mariana, sólo el calor de su amiga de colchón. Sólo ella nos ha escuchado decir obscenidades. Sólo ella sabe dónde y cómo se toca a Mariana para hacerla romper las paredes a gritos. Sólo Pildorita nos ha hecho romper por completo el protocolo que conservamos cuando compartimos cama con compañeros más humanos.

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