Cuernavaca, y la mesa de las maravillas

Todo lo que tiene que ver con sexo es, por lo regular, obscenamente caro, así que no quise, por pudor, preguntar cuánto costaba el fantástico aparato, y no creí además que fuera fácil de conseguir en México. Por otro lado, no es que en nuestro espacioso departamento, se pueda guardar discretamente uno de esos muebles (la bicicleta fija todavía no encuentra, después de la mudanza, manera de disimularse) Tampoco lo encontré en internet, razón por la cual este post se quedará sin una linda foto que lo ilustre, pero la sola presencia de tal adminículo es una razón suficiente para visitar Villa Cleopatra.
Agradecidos con el virus N1H1, y con sus incluídos días de asueto sanitario, Mariana y yo decidimos probar suerte nuevamente en Cuernavaca. Así fue como conocimos la villa. Más afortunada, que desafortunadamente, los pocos visitantes que había tenían que regresar a trabajar, y debido a eso, el lugar fue sólo para nosotros durante toda la noche del domingo y la mañana del lunes. Como el plan era tirarse al sol impúdicamente y dejar que Mariana dejara ir todo el estrés de la semana anterior, y yo pudiera finalmente terminar de leer una novelita de John Irving que, a pesar de su constante contenido sexual, no me atrapaba del todo, la novedad del aislamiento no pudo venirnos mejor.
Pero de noche, la cosa se puso espectacular. Recordemos que estabamos solos en una casa de fin de semana. Pensemos que la sala tiene una enorme pantalla de televisión, y que en cada rincón del lugar había algún juego de mesa que me hubiera encatado tener en mis años de universidad, cuando la única forma de empezar una orgía era con un porro y una sesión de Truth or Dare. 
Mientras ella se arreglaba para nuestra fiesta privada, puse una peli porno y acomodé sobre la mesa un juego de tablero y cartas, unas copas y un boones que llevaba todo el día en el refri. Mariana bajó semi vestida con un teddie negro de agujetas rojas al frente que sobra decir, es un fin en si mismo. Llevaba en la mano un frasco de lubricante y el vibrador fuscia nuevo. Sacamos Jugamos y bebimos de las copas, y nos dejamos llevar por los dados hasta el mueble misterioso que ahora ocupaba un lugar preferencial en la sala. El objetivo del juego era recorrer el tablero sin llegar al orgasmo. Podemos decir que Mariana perdió dos veces seguidas. Primero se acostó boca arriba sobre el mueble, provisto de un sistema hidráulico. La forma la obligaba a mantener las piernas abiertas, y los soportes lograban un ángulo que ninguna cama provería. La penetré parado al pie de la mesa, apoyando una rodilla sobre un banquillo que viene incluído y que ayuda a hacer palanca. La penetración era profunda y mi glande tocaba directamente el punto G.  Era buen momento, el vibrador cerca del pubis era un trampolín y Mariana se alejaba cada vez más alto. De pronto se detuvo al final de una larga secuencia de gritos y quiso sacar otra tarjeta. Mi posición no cambiaba, pero ella ahora estaba boca abajo y mientras se masturbaba con su jugete fuscia, me masajeaba los testículos y su trasero se dejaba querer bajo mis manos.  Si Mariana hubiera gritado más, estoy seguro de que habría sido ilegal.  Pero no había nadie cerca para escucharnos; todo el lugar era nuestro castillo y nuestra misión era guarecer el parecer de nuestro placer.  Después de una larga contracción de todo su cuerpo,  se aflojó como queriéndose ir. Caminé alrededor de la mesa y llegué hasta su cara, llegué en su cara, sobre su cabello y sus hombros mientras su mano apretaba la parte interna de mi muslo, como si me exprimira. 
Le pregunté si quería apagar la tele. "Déjame terminar de ver esta escena" Playa, hombres y rubios, una chica trigueña y una negra, pésima música ambiental... Cuando paré la película, Mariana, lo sabe ya el lector, estaba profundamente dormida.
El siguiente día, tranquilidad, flojera, y disfrutar uno de mis mayores deleites.

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