Jugar en equipo


Prefiero que otros lo hagan porque me da miedo lastimarla, y algunas veces me pregunto si será lo normal. Usualmente me contesto que no, pero de cualquier modo, no me hago mucho caso. El punto es que estábamos de visita en el mejor club swinger de la Costa Oeste de los Estados Unidos, y millones de preguntas saltaron a mi cabeza... ¿Por qué no puede ser así en México?

De nuevo, eso no es lo que quiero tratar en este post, en ESTE post. Decía que todos nuestros amigos en el club llevaban sus juguetes y yo me sentí como si me hubieran invitado a un campo de 18 hoyos en Dubai, y nosotros solo lleváramos equipo rentado del Golfito de Cuerna. Esos tipos son profesionales. El vibrador de moda se llama Hitachi Magic Wand, pero nuestros anfitriones lo llaman sólo Hitachi. Parte de lo gracioso es que además de cargar con el aparato, todos llevan la extensión eléctrica que lo acompaña. Claro que si la varita mágica usara baterías, ni Harry Potter sería capaz de recargarlas. El adminículo es grade, pues.

En un espacio hexagonal acolchonado a la altura del piso, cerca de la escalera que da acceso al segundo de los playrooms del lugar, con ventanas enrejadas para que podamos ser mirados desde, al menos, seis áreas distintas, un grupo de alegres jugadores saca lo mejor de sus equipos. Mientras una chica alta y morena me come la entrepierna puedo ver a uno de nuestros anfitriones, Hitachi en una mano, lubricante en la otra y la mirada fija en el sexo abierto de Mariana quien se deja besar los senos por alguien más. Le pone lubricante y en su mirada se puede leer el gusto por hacer feliz a alguien. Mariana con las piernas abiertas y las manos ocupadas. Él, con cariño, pero firmeza toca la cabeza vibrante del juguete contra los labios húmedos y dispuestos. Ella deja escapar un sonido tenue y premonitorio. El juguete viaja de arriba a abajo y poco a poco el sexo se abre al contacto. La técnica del hombre, que parece más terapeuta que amante, es impecable. Tres dedos se mantienen dentro, y el vibrador sobre la palma. Otra mano, hace presión por encima del pubis, a la altura del punto G. Mariana se deja ir. Yo dejo de prestar atención a la mujer que me atiende para concentrarme en escuchar el placer de Mariana. Me pregunto si será normal que me alegre tanto de que otra persona le provoque levitar de esa manera. Y me contesto que no, pero de cualquier modo, no me hago mucho caso.

Cuando bajamos a buscar un snack de media noche, más de una persona nos comentó algo sobre los gritos de Mariana.



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