Ella en la pista, yo en la boca de Sofía

Relatos de nuestros encuentros swinger


Me gusta besar a otras mujeres delante de Mariana. Es un placer infantil, como decir majaderías delante de tus padres sin que te cueste la humillación pública y el regaño. ¿Cómo se llega a ese nivel en una relación de pareja? No lo sé. Mariana es así, generalmente con ella todo es muy fácil. Anoche, las cosas no fueron, por decirlo de alguna manera, tan sencillas como de costumbre.

     Salimos con una pareja de amigos que se está reconciliando y aparentemente les está costando trabajo. No entiendo porqué si la gente no quiere estar junta se esfuerza por mantenerse así. ¿Será el miedo a la soledad? En fin, que salimos y que los artistas invitados no estaban, por así decirlo, habituados a relacionarse horizontalmente con otros. Tampoco se trataba de que lo estuvieran, de hecho, la mayor parte de nuestros amigos son verticales. En algún momento de la noche, poco antes de los postres, la plática se puso calientona y decidimos cambiar la sede a un sitio con mejor música para bailar.

     Danzábamos y bebíamos como seres primitivos. Nos embriagábamos y nos contábamos historias de esas que no le contarías a tu tía Luisa. Así, como si no pasara nada, como si fuera usual, Sofía me puso los labios muy cerca de la boca y yo le besé igual, como si tal cosa. Dejé los ojos abiertos para mirar la reacción de Roberto; a Mariana la podía imaginar sonriéndo con malicia. Como lo esperaba, luego del sobresalto a él se le iluminó la cara. Pude ver en sus ojos cómo se le venían encima las imágenes que había coleccionado en muchas noches de porno. Brindó conmigo, y luego se acercó a mi mujer con la certeza del que nunca ha escuchado la palabra no.

     Entonces la percibí, y descubrí en su reacción algo extraño. No se comportaba con la naturalidad habitual con la que recibe las cosas no tan naturales que nos pasan no tan amenudo. No lo besó ni hizo el menor intento de dejarse llevar por las propuestas físicas que le hacía él. En cambio se levantó de golpe, lo tomóde la mano y lo llevó a bailar. Sofía y yo nos acomodamos al fondo del gabinete de nuestra mesa y seguimos fajando sin pudor alguno. No me gusta que Mariana se aleje de mí cuando jugamos con otras personas, pero la dejé que se fuera con Roberto manteniendo la atención dividida entre mi mujer, y la mujer que ahora me llevaba las manos a explorar entre los botones de su blusa.
Se abrieron camino en la pista. Ella bailaba sin ninguna reserva, lo había convertido en una pieza de escenografía. Sin saber mucho que hacer, y descubriéndose torpe frente a ella, él se movía como le fuera posible, y se entregó a una estrategia que creyó infalible. Se acercaba demasiado a Mariana, tratando de compensar la falta de movimiento con la proximidad del arrimón. No terminó de funcionarle. Desde mi gabintete, con la lengua de su pareja aplicándose con fuerza sobre mi cuello, pude verlo tomando a Mariana por la cadera y acercarla, luego levantarle la falda. Pasaba la mano por sus muslos, esperando que ella lo detuviera en cualquier momento, pero ella no lo hacía. El seguía subiendo la mano, y la falda, descubriendo el trasero de mi esposa al mundo entero. Percibí su sonrisa y me pareció un idiota. Roberto se exitaba presumiendo una pieza que no era suya y que no sabía como tratar. Mariana seguía bailando y mostrando las diminutas pantaletas.
   
     Él trato de repetir la estrategia ahora por el frente. Con su pueril coordinación, mientras hacía como que bailaba, le desató por detrás del cuello el halter para descubrir al mundo los senos de la sublime hembra que, él creía, tenía en su poder. Mariana se detuvo de golpe. Regresó a la mesa y me apartó de Sofía justo antes de que me viniera cerca de su boca.  Se rió y contó un par de chistes para disimular. Me pidió que nos fuéramos. Sentí su prisa, así que le dejé a Roberto dinero sobrado para pagar nuestros tragos. Pedimos el coche.

     En la primera calle, me pidíó que diéramos vuelta a la izquierda y me estacionara un par de cuadras adelante. No me regañó. Me hizo el amor. Me hizo venir una vez dentro de ella y otra vez con la boca. Yo sabía que era un castigo, que hice las cosas mal. Lo supe por el dolor en los testículos, y por la multa que tuve que pagar después en la Delegación.

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