Dreams, swingers selectos

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Alguna vez alguien me dijo con sorna a propósito de unas fotos de orgías albergadas en la red que si todos los swingers de esta ciudad son feos, o que si los swingers bonitos se reunen a escondidas de los demás, para que nosotros, los swingers feos nunca sepamos de ellos. 
Hace tiempo que Mariana y yo perdimos esa batalla. En una sociedad tan estratificada como la mexicana, la única teoría que se me ocurría al respecto es que éramos pocos los que nos aventurábamos a descender por las escaleras de la noche con el riesgo de toparnos con algún conocido. Por lo tanto, los contados clubes para parejas estaban ocupados con personas que poco tenían que ver con lo que nosotros buscamos. Y en fin, si se trataba de gente con la que no querríamos platicar, ¿por qué querríamos desnudarnos frente a ellos?
Ella fue incluso uno pasos más adelante que yo; mientras yo albergaba esperanzas de renovar nuestra vida liberal en alguno de los sitios de reciente apertura; Mariana dio por clausurado el capítulo Ciudad de México, y comparando sus escapadas locales con Desire, New Horizons, y con vistas futuras a Cap d'Agde, decretó que nada interesante podía esperarnos aquí, en la región más transparente y que entre el mundo swinger y nosotros, sólo podía mediar un avión.
Soy necio, y aunque todos los días constato lo contrario, no puedo creer que la ciudad más grande del mundo tenga tan poco que ofrecer a la vida de los hedonistas, por eso seguí en la búsqueda y el sábado pasado invité a mi mujer a que fueramos a Dreams.
"¿Qué sabes de ese lugar?" La pregunta era tan escéptica como maternal. Poco, sé muy poco y le dije más hipótesis que certezas. Está en Tecamachalco, y entiendo que sólo se puede asistir por invitaciones. Cuando uno se muestra interesado, mandan una clave de acceso y ya con eso nos podemos presentar después de las 10 de la noche. Más o menos. Supongo, además, que antes de mandar la críptica clave revisan el perfil de cada pareja en SDC para ver si somos o no, digamos, "compatibles". Y aparentemente los somos.
Accedió a que probáramos suerte, pero me amenzó con no cambiarse los pantalones por minifalda si el clima no se portaba más benévolo. El clima no se portó benévolo y Mariana cumplió su promesa. No importó. Llevaba una blusa negra que me provoca sueños húmedos, y en el Play Room iba, de cualquier manera, a   dejar aparte los pantalones y quedarse en bragas de encaje con liguero. Felicidad.
Buenas cosas: nadie te catea en la entrada, el manoseo está reservado para el interior. Otras buenas cosas: el cover no incluye más que el cover, pero es razonable y nadie te obliga ni a consumos mínimos, ni a precios estrafalarios, ni propinas voluntarias por la fuerza. Más buenas cosas, el código de vestido confía en el sentido común de los asistentes y no en la estúpida regla de que los jeans y los tenis son artículos prohibibles. La gente se viste, como se viste para salir de noche, no como para ir a la oficina.
El local está lleno pero es  cómodo y el ambiente depende de un DJ con gusto suficientemente general como para hacer que mujeres atractivas bailen y se liberen de excesivos ropajes (tops y faldas) sobre la barra-pasarela. Sus parejas, hombres con cara de varios salarios mínimos, las miran, les aplauden y platican con otras mujeres en un mundo donde las manos obedecen a otras reglas. Hay un par de tubos amateur, (subrayo: amateur) en uno de ellos una chica hermosísima teibolea para dos robustos comensales. 
Mariana y yo bebemos sendas copas, bailamos y nos alegramos de que nadie invente juegos ni cosa parecida, de que no haya animadores ni shows, de que la noche siga su curso normalmente y cuando nos sentimos con humor y nos hemos besado suficiente nos metemos al Play Room al fondo del lugar. 
Llegamos muy temprano, sólo hay una pareja y no nos gustan. Nos vamos al otro extremo y empezamos a jugar. Mariana lleva pantaletas con flores en la parte de adelante y encaje en el trasero. Tela negra cae sobre sus senos como si fuera un accidente. Nos besamos y tocamos lentamente, sin ponernos de acuerdo, parece que ambos hacemos tiempo para ver si el cuarto se puebla. Continúamos y escuchamos como afuera la fiesta continúa y parece que va para largo. Más besos y más caricias. Hacemos el amor y terminamos agotados. El cuarto está vacío y afuera... ¿quien sabe lo que pasará afuera? 
¿Vamos a volver? Pregunto, "Yo creo que sí" Su respuesta me deja contento e iniciamos un largo regreso a casa.

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