De la noche y el agua

Crónicas de nuestros viajes swinger

El Pistache, nudismo, lifestyle y exclusividad

Erotismo en el agua
Foto: ?
Fuente: Sicalipsis

El jacuzzi no hierve, más bien complementa con sutileza el clima de la noche morelense. Es agradable estar ahí adentro. Después de cenar, Mariana y yo nos desnudamos y al mismo tiempo que algunas otras personas nos metimos al agua. Hay sitios donde la desnudez se comporta con tanto desenfado, que pareciera que lo normal en el mundo civilizado es no usar ropa. Alguien convirtió la zona nudista de El Pistache, en una especie de antro lounge. Kathy Perry se proyecta en un video sobre una pendiente de pasto y arbolitos y en todo nuestro rededor hay luces divertidas. El pequeño jardín, no es tan pequeño. Le caben varias tumbonas tres o cuatro camas playeras y un par de salas.
Por todos lados la gente, quizá veinte parejas más, se la están pasando de maravilla. Hay poco juego, pero mucha plática y mucha cercanía. Mariana y yo estamos a corta distancia de algunas parejas que en silencio comienzan a encontrarse bajo el moviemiento del agua. Pareciera que hay mucho ritmos en el transcurrir de la noche.
Así, sin decir nada y sin mucho esfuerzo, ella se sienta sobre mis piernas. Jugamos a navegar por lo largo del jacuzzi como se hace con los niños chiquitos para acostumbrarlos a nadar. Se distinguen con claridad las figuras de mujeres que trajeron poco pudor a su fin de semana, y llegan a nuestros oídos tímidos gemidos de gente que, cerca de nosotros, sabe bien para lo que sirve la noche.
No ha pasado mucho tiempo. Mariana abre las piernas sin advertencia. Su forma se adapta con precisión a mi regazo, y sentados en la banca subacuática comenzamos a hacer leves olas de chapoteadero. En su boca se anuncia con poetíca precisión el momento en que entro en ella. Me encanta ese gesto. Es tan de ella que es mío. Quien nos mira no nos da importancia, todos los juegos de adultos están convertidos aquí, en una ritual cotidiano.
Me gusta pensar que la pareja que está junto a nosotros utiliza nuestra presencia para exitarse. No podría asegurarlo, pero la mujer me había parecido desde en la mañana, tan atractiva, que no me atreví a cruzar con ella más palabra que la respuesta al buenos días en la barra del desayuno. Sin embargo, ahora, me gusta pensar que estamos compartiendo algo con ellos. Quizá no, no lo sé. Pero estamos muy cerca y nada nos evita extender la mano y alcanzarlos, abrir con el tacto un mensaje que inaugure una larga conversación de manos y bocas. No es así.
Están a centímetros de nosotros y los movimientos tenues de ellos nos hacen eco y el eco le hace a su vez coro a lo que siente. Pequeñas olas que producen olas que producen olas. Como las piedras que rebotan sobre el agua. Igual de intempestivo que el inicio de nuestra sesión, es el final. Mariana termina, extrañamente en volumen bajo. Creo que sólo yo la oigo. Hay que salir ya del agua. En un rato más hará más frío y no queremos padecer un cambio de temperatura muy extremo.
Nos vestimos, nos despedimos de algunos amigos que estaban por ahí, y vamos al cuarto. Es hora de una ceremonia, esta vez más privada, más intensa tal vez, en la que ambos llevamos a la cama todos los sueños que acumulamos desde la noche anterior en El Pistache.



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