Había un intruso

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Siento desde el bajo vientre hasta los pies ese espasmo que avisa que el final de la tormenta se acerca. Confirmo con ella, quien ha estado con boca y mano afanándose en la lasciva tarea de hacerme llegar a puerto, si existe alguna razón para detenerme. No la hay. Cierro los ojos y un segundo antes de comenzar a lloverme sobre la ansiosa Mariana, me percato de un cambio en su respiración. Es aún sutil, suficiente para detenerme, pero no tanto como para hacerme abrir los ojos. Pongo el freno a mi caída libre y empiezo a tratar de codificar sus sonidos y los cambios en su ritmo.



    Aún sin mirar, la adivino junto a mí en esa posición que, por prosaica, me gusta tanto: el rostro para mí, las rodillas para el diablo y el trasero para quien quiera cosecharlo. En público, nadie adivinaría lo pública que resulta algunas veces en lo privado. Pero yo la conozco, y conozco la manera en la que, algunas veces Mariana pierde la cordura frente a imágenes de lo imposible. Ahí estoy, acostado bocarriba y prefiriendo imaginar que ver. Ella sigue mojando y tallando en alternadas operaciones, pero yo sé que algo la ha distraído.

    Su respiración acelerada ya no es respiración, más bien, esos grititos incontenidos que usa para decirle al intruso que es bienvenido, que siga, que siga. La imagino con la mano de un intruso en el culo y uno o dos dedos desconocidos en la cacería de su clítoris empapado. Agradezco no haber terminado. Acaricio su espalda para ir sintiendo las contracciones de su espina. La sigo en su trayectoria de columpio. Advino que su atención corre de la mano del intruso, a su cadera, a la trayectoria de su espalda, a la nuca, a la boca y a mí, a mí hinchado dentro de su boca. Luego el estímulo va de regreso y vuelve a empezar acompañado de gemidos cada vez más fuertes.

     Una succión un poco más fuerte, me dice que los dedos del intruso ya no nadan en la superficie. Se han adentrado y, en sitios más profundos, buscan otras terminaciones nerviosas más intensas. De pronto una mordida inesperada. De pronto me presiona más fuertemente con la mano. De pronto el registro de su gemir se hace más grave, y sé que el intruso ha encontrado el paso a la vía rápida. Ella grita cada vez con más intensidad, sus músculos se aprietan al pasar de mis manos, me frota más rápido, con más intensión y es tan fácil calcular cuanto tiempo queda. Lo adivino con precisión, detrás de ella, acariciando con una mano las nalgas y con la escarbando en busca de orgasmo. La adivino también a ella, avisando la orilla de su éxtasis y preguntándose entre jadeos por el mío.
Le doy gusto. Él busca. Encuentra. Mariana grita un grito largo e inequívoco mientras su mano y su rostro se llenan con el jarabe blanco de mi orgasmo.

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Foto: vía Sicalipsis

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