Oriana

Crónicas de viajes SW


Desnudo erótico de Johan Lindeberg
Johan Lindeberg
Habíamos pasado la tarde en el Jacuzzi de Contacto Natural y, aunque la conversación era buena teníamos ganas de que las palabras se agotaran. Nos dio la noche y, después de cenar, la tradición dicta que hay que ir al templo. Así se llama el salón central del hotel; tiene algo de templo, pero más bien es una disco circular con camas por el rededor donde una a una se acomodan las parejas, bailan y esperan que los anfitriones organicen algo.


Oriana nos había adoptado desde que llegamos. Mariana, ella y yo hacíamos una buena triada. Como atención especial, los dueños y los otros huéspedes nos dejan a nosotros la cama más grande y cómoda. Había una pareja nueva de Guadalajara, un par con muy buena pinta que a leguas se ven aficionados al cuerpo. Se organizó una rutina que consistía en vendar los ojos de unas y acariciarlos por turmos los otros, y vendar los ojas de unos y acariciarlos por turnos los otros. Al escalarse el juego, y privado de la vista, fui visitado en mi cama por Mariana, por Oriana y por otras dos mujeres en quienes reconocí un cuerpo explorado la noche anterior y la figura de la recién llegada tapatía, quien resultó buena para eso de los besos y las caricias. Según me cuenta Mariana, ella también la pasó bien. Pero el ritual terminó intempestivamente bajo el argumento de que "sólo era una dinámica". Así que los tres regresamos a nuestra estación y ya encarrilados, los manoseos venían muy al caso.
Era una de esas ocasiones en las que Mariana omitió recordar la ropa interior. A Oriana y a mí no nos costó nada descubrir con el tacto, primero sus piernas, luego el pubis y al final, el resto de su cuerpo. Con una mano en cada una de ellas, pensé en los exploradores que tienen un pie de cada lado del Ecuador. Dos polos distintos de un circuito erótico en el que hacer tierra no tiene sentido. Todo a partir de ese momento es más bien aéreo. Me declaro adicto a ir de una boca a otra. Pasó muy poco tiempo antes de que Oriana recordara un capítulo anterior en nuestro cuarto y pidió como quien pide unas chelas: Traiganse el Hitachi ¿no?
Regresé armado con juguete y extensión, anticipando que encontrar un enchufe en el templo no iba a hacer fácil. Para simplificar la misión dejamos nuestro privilegiado puesto y nos movimos a otra cama más cercana a las conexiones eléctricas. En la de a lado, los cuatro restantes ya habían iniciado actividades prohibidas en horario familiar. Ver, me gusta tanto como hacer, y mi posición era inmejorable. Cosas lindas para los ojos, pieles hermosas para las manos. Mariana tomó primero el control del vibrador y le obsequió a nuestra compañera una cadena climática, a cuyo compás me subí para rememorar días previos en los que Oriana se dejaba hacer y nosotros jugábamos a placer. Con cada orgasmo de Oriana me venían imágenes recortadas de sus muslos apretándome hacia su interior, o de los dedos de mi mujer bañados en lubricante entrando y saliendo de ella, o de sus furtivos acercamientos en el jacuzzi donde algunas veces me acercaba el busto desnudo y otras me acariciaba el miembro bajo el agua.
Oriana terminó de terminar. Tomé el Hitachi y lo usé exitosamente con Mariana. Su sexo húmedo admitió con facilidad los dedos con los que necesité tocar el punto G, para que, con la cabeza del vibrador apoyada entre mi palma y su clítoris, los gritos que anuncian sus orgasmos llegaran presurosos una vez, y otra, y otra...

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