Crónicas de viajes SW
Fin de semana con mucho sexo, sol y buena comida.
Pocos entienden la difícil tarea de hacer maletas para un resort nudista. ¿Siete pares de zapatos para cuatro noches? ¿Es en serio? Y eso son sólo los de Mariana, faltan los míos que no son poca cosa. Además hay que agregar los atuendos. Uno sexy, pero cómodo para el desayuno. Algo que ponerse encima para ir a comer (en los restaurantes no se puede andar en bolas). Ropita coqueta para las cenas glamourosas, el tipo de
outfit que las monjas salecianas no aprobarían pero que aún así es apropiado, y finalmente, unos ropajes extraordinariamente provocadores para la noche temática en la disco. Multiplique ahora el lector esos números por la cantidad de días que se planea estar ahí, y descubrirá lo paradógico que resulta empacar prendas para pasar un tiempecillo sin ropa. Con ese dilema del primer mundo a cuestas, iniciamos nuestra semana pasada.
Desde la triste desaparición de
Desire en Los Cabos, no habíamos vuelto. Además, dicen algunos entendidos que "Al lugar donde has sido feliz es mejor que no trates nunca de regresar", pero la genial invitación de Alberto para que fuéramos a conocer el
resort que conduce en la
Riviera Maya, no pudo llegar en mejor momento. Así que tomamos pues las maletas y, venturosamente, nos lanzamos a la vacación. Una feliz casualidad quiso que los Condes también hubieran reservado esos mismos días, por lo que, además de ser reseña turística, ésta narración podrá también ser archivada en los libros de "La Cofradía" y sellada con lacre de buena calidad.
En términos de instalaciones y de diseño, el
Desire Riviera Maya se queda corto frente a su hermano perdido, que aunque más pequeño, era mucho más guapo. Sin embargo, este hotel tiene por valor agregado la variedad. Hay mucha gente, y hay gente para todo. Ocasiones para estar solos, ninguna. Pero ¿quién quisiera ir a un
hotel de swingers a estar solo? Traté de convencer a Mariana más de una vez que fuéramos a bucear o a velear, porque hay varias actividades disponibles para el día, pero el cielo estaba tan claro, la alberca tan rica y las noches anteriores tan pletóricas de desvelos delirantes que ella no quiso, bajo ninguna circunstancia, despegarse del
dolce far niente, que durante las primeras horas de la mañana definía nuestra agenda diaria: una cama para dos cerca de la alberca, cerca del mar, cerca del sol y una desnudez absoluta en medio de otras desnudeces compartidas.
Nos hicimos, rodeados de todo ese ocio, de algunas historias para traer de vuelta a casa, en que los protagonistas eran los sentidos, como el cuento en el que Mariana descubrió la ternura de las orgías al tiempo en que la condesa se masturbaba contemplando el espectáculo. O la tarde en que, por estar metiendo mi lengua entre las piernas de mi mujer, provocamos que una negra hermosa considerara prudente acomodarse junto a nosotros y darle gusto a sus labios con la erección de su marido. Tan cerca estaba que, a Mariana se le antojó el hombre, a mi, la mujer, a la mujer, Mariana. Una cosa llevó a la otra y se nos hizo tarde para llegar a la cena. O la sesión de playroom con los senos de una mujer bajo mis palmas, el sexo de ella frente a la boca de otra, yo rodeado por los labios de Mariana y un hombre extrayendo de ella, con movimientos de taladro, un orgasmo tras otro. O el otro día en que por estar jugando con los Condes en una cama del jacuzzi, una pareja de indecisos se decidió a ponerse a jugar junto a nosotros. Decía pues, que en el reino de los desnudos, el transcurrir es el rey. A Mariana y a mí nos gusta eso, fluir y dejar que la marea de cuerpos nos lleve por sensaciones pasajeras.
Desire se trata mucho de eso, de un tiempo que sopla sobre la piel y trae consigo posibilidades. Algunas de esas posibilidades dejan recuerdos de experiencias vívidas. Y muchos de esos recuerdos me recuerdan por qué amo tanto a mi mujer.
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