El sillón swinger: la secuela

Relatos de nuestros encuentros swinger

   Desde que la Pareja Guapa nos invitó a jugar con ellos en su mágico y misterioso sillón, nos entró una suerte de urgencia por conseguir nuestro propio mobiliario swinger. Pasamos incontables horas en Pinterest recolectando ejemplos con la esperanza de, algún día, conseguir un sofá digno de traer convidados a la casa. Hasta que lo conseguimos. El mentado armatoste resultó ser más grande de lo que calculábamos, y hubo que deshacerse de otras cosas para liberar espacio. Valió la pena. Amplio, cómodo, mullido, de forma dinámica y con una elegante tapicería resistente a los fluidos. (El vendedor me lanzó una miradilla suspicaz cuando pregunté por tercera vez sobre las cualidades impermeables de la piel, pero había que estar seguros).



     
     Quiso el destino, que fuera precisamente la Pareja Guapa la que llegara a nuestro departamento después de una cena, de  esas que son tan indulgentes como sofisticadas, de esas que dejan en la lengua una sensación de quiero más pero ya no es comer lo que se me antoja. Entramos en la casa, y por unos momentos, vivimos ese descontrol de no lo teníamos planeado, pero qué emoción, pero qué les sirvo, pero qué pena, por Dios, no tengo nada preparado. Pero teníamos un sillón, y una cuenta pendiente con ellos, una  aventura que empezó cuando los conocimos hace unos meses, y que, por una cosa o por otra, había quedado suspendida. La Guapa es joven, morena. Tiene cara de andaluza, algún pasado mozárabe está guardado en esa genética suya, en ese cuerpo delicado y armónico, que parece haberse inventado para los abrazos.
     
     Afortunadamente, teníamos un sillón nuevo que, ni siquiera en privado, habíamos podido estrenar. Eso era algo bueno que ofrecerle a nuestros invitados. Como hacen los niños, sacamos nuestros juguetes para presumir. Tenemos muchos, los nuestros y los que nos dejaron los Cubanos en el post antepasado. No contábamos con que también ellos cargan con su producción. Nos enseñaron sus amarres, sus vendas, sus vibradores. Les enseñamos a nuestro amado Dámaso, al pene megalómano que pudo haber diseñado Ron Mueck, al fantasmita blanco que tiembla de miedo cuando se acerca a sigiloso un clítoris. Sacamos todo, queríamos que nuestras visitas tuvieran ganas de jugar a muchas cosas. La guapa confesó que el dildo doble rosa le despertaba algunas fantasías postergadas. Mi yo interno sonrió muy fuertemente, porque ese juguete detona en mí un torrente de imágenes muy eficientes. Traté, sin embargo, de mantener la calma.
   
      El Guapo es un tipo interesante, conversa con frescura y tiene ese look confiado de aquellos que han visto en el who is who, lo que nadie más pudo ver. No sé cuál es la excusa, pero empezar a dejar de ver los juguetes y empezar a usarlos es fácil. De pronto, ni siquiera se necesitan. Pero están ahí por lo que se ofrezca. Mariana y la Guapa quedaron una junto a la otra y las cabezas de los dos hombres quedaron entre sus piernas. El sexo de ella es un festín abierto, ella también es una fábrica de orgasmos y extraerlos es, de lo más delicioso. Alternábamos lugares: Mariana, con las piernas muy abiertas se dejaba hacer y deshacer por él. Luego ella me metía en su boca y se arrojaba hacia mí con una paradójica mezcla de fuerza con tersura. Él la penetraba. Mariana gritaba por algo que alguien le hacía. Ellas dos de besaban y se exploraban con la lengua. Él se dejaba comer por cualquiera de ellas.
    
    Yo, yo no sabía a dónde mirar sin excitarme demasiado.

     Entre un jadeo y un grito, pareció una buena idea llenar de lubricante el juguete rosa, la replica larga de un flexible pene de dos cabezas. Mariana se acomodó a un extremo, y cuidó de introducir bien el otro entre las piernas de la Guapa. Pusimos los vibradores en estratégicas posiciones y, al menos yo, pero estoy seguro de que el Guapo tampoco, hubiéramos, en ese momento, imaginado que podría haber un lugar mejor en el mundo. Bocas, sexos, caricias, cuerpos desnudos en donde todo está permitido. De eso se tratan esta clase de aventuras. 

     No supe cuantas veces terminó ella. Ninguna de las dos ellas. Pero fueron muchísimas, hay mujeres en el mundo que no han tenido, en toda su larga vida sexual, ni la mitad de los orgasmos que cualquiera de las dos tuvo esa noche. Yo,  me guardé un poco para la sesión en privado, mientras mejores son los encuentros con otras parejas, más ganas tengo de venirme a solas sobre la mujer que amo.

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