La Cofradía se va de Pistache. Capítulo 2

Viaje swinger al Pistache

Crónicas de nuestros viajes swinger

Fin de semana para parejas en El Pistache, Hotel Boutique


Sábado:

Una nota muy leída en el Universal hizo que nuestro pequeño émulo de takeover en el Pistache, mezclara su cauce con el flujo atraído por la prensa. Así que hubo casa llena y, por lo tanto, corazón contento. El sábado llegaron a nuestra cita los restantes cófrades (con la sentida excepción del Chef y sus dos emes que están del otro lado del Atlántico) y un trío de parejas sexies en etapa de noviciado. 



     Estábamos pues, del lado de nosotros,  los Condes, la Inocente Acosadora con su Doctor Chocolate, Tango y Milonga,  Luz y Sonido, Pluscuam Celebridad y Don Pajo, el de la risa franca, y claro está, Mariana y yo.  Además, desde otras regiones del mundo liberal llegaron un par de jovencillos con malas intenciones, la Misss de la que hablé en el post anterior con su marido, y otros pares de pares con los que no intercambiamos si no un par de saludos en el comedor. El punto es, pues, que el hotel estaba, al terminar la cena, ya pletórico de ganas. 

     Después de cenar, la sobremesa se extendió porque, aprovechando el material de importación Milonga y Tango nos dieron un taller de baile que dejó en los cerros de Alpuyeca un cierto retrogusto porteño y nostalgicón. Todo el mundo tuvo ocasión de estar en brazos de todo el mundo, demostrando eso que nos dijeron los talleristas: La milonga es como una fiesta swinger, pero sin quitarse la ropa. Y ya que eso era lo único que faltaba, salimos en contingentes, al jacuzzi que estaba caliente, muy caliente. Casi todos ¿tal vez todos? invadimos el agua con nuestra desnudez para cobijarnos del frío que empezaba ya a morder tímidamente. 

    De todas las cosas que se pueden hacer para socializar, a mí la que más me gusta es besar. En verdad. No sé porqué, siendo tan rico y tan cómodo, no es una de esas actividades fijadas ya como de protocolo básico. "Señorita, ¿me concede esta pieza?" debería estar en la misma categoría que un bien intencionado intercambio de salivas. Afortunadamente, en nuestro mundo así ocurre, y libre de toda prenda, brincar de una boca a otra fluía con la misma lógica con la que cae un paracaidista hacia la tierra. Boca, lengua, labios, dientes, manos, dedos, sexo, senos, caderas. Dentro del agua, el mundo parece haberse simplificado a un esquema muy sencillo. Lo único que lamento en ese momento es la conciencia de que tal cosa no puede durar para siempre. Pero debería. Sería genial que todos tuviéramos en el cajón del escritorio un pequeño Pistache al que pudiéramos irnos a meter cada vez que la vida se nos pone demasiado realista. Sería como Narnia pero divertido.

     Quedábamos ya pocos. Luz no había probado las delicias del Hitachi y Pluscuam Celebridad andaba de antojo. Valía la pena traerlo para hacer una demostración práctica. Algunas veces Mariana y yo nos sentimos algo así como vendedores de Amway, pero no tiene remedio, cuando uno conoce algo que funciona, más vale compartirlo. Es mal karma no hacerlo. Nos arrinconamos en una de las camas del fondo. Empezamos a jugar con Pluscuam mientras Señor Don Pajo observaba con cuidado para ver si alguna estrategia que no conocía se le revelaba en el momento. Mariana era la operadora principal, los demás fungíamos de asistentes autorizados. Autorizados para todo. Tocábamos, lamíamos, mordíamos mientras mi mujer hacía gala de su experiencia con el extractor de orgasmos. El primer cliente quedó satisfecho.

     Tocaba el turno a Luz. Los mimos de Mariana y su aparatejo vibrador se complementaron ahora con mi mano poco santa explorando sus interiores. Mariana sabe cuando aplicar fuerza y cuando retirar. Luz apretaba las piernas con tanta fuerza, con tanta violencia que daba gusto detenerselas, primero con los brazos, después con los hombros, luego con todo el cuerpo. Los gritos se alargan y se clavan en la noche. El climax es un enorme camino largo que se prolonga en subidas y bajadas, en curvas, ires y venires que en cada segundo produce un espasmo diferente. Termina agotada. Mariana suspende la terapia y Luz pregunta si me puede maltratar. Digo que sí. Me besa con fuerza, me  jala del cabello. Las uñas en mi espalda. Sonido nos mira mientras su esposa me hace derretir a fuerza de apretones. La sujeto. Me sujeta y la violencia es tan ardiente que es difícil soltarse para ir con la siguiente cliente.

     Mariana se queja de que no le llega su turno. Puro trabajar y nada para ella. Entonces se acuesta y mi empleo consiste en aplicar el juguete entre sus piernas. La Inocente Acosadora acaba de regresar de algún devaneo en una de las habitaciones y está junto a nosotros. Se une a la masa de manos y labios que le procuran atenciones a Mariana. Puedo practicar un poco de la técnica ganadora de los dedos, pero ese es el territorio del Conde. De todas formas, la estrategia no va nada mal y veo como Mariana se contrae en un grito largo y placentero. Sus orgasmos son como un alambre de púas extendido por todos lados. Luego viene ese momento entre delirante y cómico en el que no hay manera de tocarla. Es una bomba de sensibilidad; cualquier roce la hace pegar de brincos y hacer contorsiones mágicas. Es un deleite verla. Parece como si venirse sea su casa.

Orgías y sexo en grupo



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