Cita para cuatro

Instantáneas de nuestra vida erótica

masturbar mujeresLe dije a Mariana "Te quie-ro". Lo dije sólo con los labios y articulando mucho para que me entendiera sin necesidad de escucharme. No emití sonidos. Dije "Te-quie-ro" muda y lentamente. Ella sólo interpretó las vocales. E. E. O. Entendió "El ne-gro" y tuvo que hacer una contorsión difícil para estirarse y darme el vibrador negro que estaba sobre la mesa de noche. Ahora yo tenía en la mano un artículo al que le encontraba poca utilidad. El negro en cuestión tiene un vibración considerable, y según entiendo, muy placentera, pero la Condesa y yo habíamos ya  pasado por ahí, y ahora, mientras la penetraba desde atrás, ella complementaba con la casi profesional estimulación del Hitachi. Así que el tal negro sólo sirvió para darme un aspecto de rey de bastos y la mirada perdida del oso de las caricaturas que no sabe qué hacer con el cartucho de dinamita que tiene entre las manos.



     Mariana alcanzó a reirse un poco de lo que pudo leer del equívoco, pero no fue hasta el día siguiente que le conté de mi declaración de amor que soltó la carcajada. ¿Quién la culparía? Apesar de estar, en el momento, muy cerca de mí, su mente estaba nublada por los malos tactos de el Conde, que ahora parece niño con juguete nuevo desde que aprendió la forma de hacer eyacular a mi mujer. La noche anterior, en Libido, el Conde, impunemente metió el dedo entre sus piernas y halló la fórmula mágica para producir un inagotable manantial. Como esa misma noche se olvidaron de poner toallas en lo playrooms, gastamos medio rollo de servitoallas de papel en disimular la hazaña. No era de extrañarse que, ahora, el Conde quisiera seguir experimentando, y que mi Mariana lo dejara hacer y deshacer a su antojo.

      Entre tanto, La Condesa fue una joya de esas que no se encuentran con frecuencia. Si los mejores encuentros sexuales se tienen con desconocidos, por el valor agregado de la novedad, o con conocidos porque la comunicación y la integración son mejores, es un caso más bien, irrelevante. Podemos casi aceptar que con los Condes estamos en algo así como una etapa de luna de miel. Los vemos poco, y cuando los vemos todo va muy bien. Ella me dejó jugar con los vibradores, estos encuentros ya están más poblados de juguetes que una noche en la Macstore, y a mí eso de buscar aplicaciones tecnológicas sobre sus terminaciones nerviosas, me encanta. Explorar los recovecos de una mujer que emite sonidos en todas las escalas es de esos placeres que están negados a los espíritus menos sensibles, y desde que los cuatro nos encontramos junkies de los juguetes, las posibilidades son infintitas. Besar y tocar, es una suerte de objetivo de vida. Abrir senderos a fuerza de mano y boca entre las piernas de alguien dispuesta a elevar los límites de sus propios límites excede la definición de placer, combina satisfacciones sensoriales y racionales, en modos que no logro mezclar en otros aspectos de la vida. Supongo que es un impacto que otros sienten escalando montañas o bajando ríos turbulentos en balsas inflables, o componiendo sinfonías. Para mí es en el sexo de mujeres como ella. Irreprochables, podría decirse.


     Por una triste cadena de eventos desafortunados, que terminaron en final feliz (varios finales felices, si se desea caer en el lugar común), el plan organizado para muchas parejas en un espectacular cuarto de motel ubicado a varias leguas de nuestro hogar, concluyó con ellos y nosotros en una sexy habitación de motel en la casi esquina de nuestra casa. Confieso que yo estaba nervioso. De todas las veces que hemos salido con ellos, nunca hemos estado completamente solos los cuatro. Esta vez, se trató de una date con todas las de la ley. Amanecieron en nuestra casa, desayunamos, salimos a ver tiendas de ropa piruja, nos invitaron a comer y conseguimos un cuarto que ocupamos hasta que el hambre nos hizo salir a buscar la cena. Una cita como esas no la tenía desde que, en la universidad, Mariana y yo empezábamos a coquetearnos. 

     El mundo de las citas con amigos es peculiar. Durante el día, la vibra es relajada y sin presiones. Nadie quiere quedar bien con nadie. Es, hasta ese momento, una reunión de camaradas sin la incomodidad pretensa de los encuentros entre dos personas que quieren acabar en la habitación. Las parejas que salen con otras parejas, sin intentar hacer intercambios, deben experimentar una tranquilidad parecida. Pero hay algo de kinky en el ambiente. Al final, los cuatro sabemos que terminaremos el día en pelotas y que no hay nada que queramos hacer para remediarlo. Entonces, a la cita de los civiles, se le puede sumar el valor agregado de las insinuaciones, la desfachatez con que la Condesa se prueba ropa en extremo reveladora y nosotros, sin connotar la acción en demasía, sólo disfrutamos del momento con la certeza del que sabe que, en pocas horas, estará metido en ese escote. Hablar en la comida es de lo más sencillo. Ya no hay temas imprudentes ni comentarios inapropiados. El Conde, por ejemplo, tiene este juego en el que dice adivinar la hora tocando los senos de las mujeres.  Los únicos incómodos con el chiste son los meseros.

     Sin embargo, la noche conserva el nerviosismo de las aventuras. Los cuatro estamos en el mismo espacio y sabemos para qué. Lo que no sabemos es el cómo. Quizá ahí está la principal diferencia entre la vida sexual de los matrimonios tradicionales, y la nuestra. Iniciar un ritual de cortejo con alguien distinto a la pareja habitual requiere volver a poner los sentidos a punto, abrir los canales de la percepción, para leer, en ese cuerpo no tan conocido,  las señales que se activan de manera única. Algunas veces, la cosa va mal y la magia no ocurre, otras veces todo fluye a las mil maravillas, pero siempre es nuevo. Siempre hay una apuesta sobre la mesa que aumenta las endorfinas, las adrenalinas, las oxitocinas y todas esas cosas que se disparan en el cuerpo para hacernos sentir como chavales. 

    El sábado, Mariana y yo ganamos esa apuesta. Supongo que también los Condes, porque a la mañana siguiente cuando nos despedimos, ellos se veían contentos. 

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