Leda y el cisne

Los motivos del eros

fotografía antigua
Gaudenzio Marconi
Quizá porque el arte erótico es el hermano socialmente aceptado de la vilipendiada pornografía, o porque la segunda, poniéndose de moda entre los adultos contemporáneos, ha dado razones para que los que somos muy chic busquemos nuevamente en el primero, la argamasa de estímulos intelectuales y genitales que, con tanto refinamiento, hacía soñar despiertos a nuestros ancestros cuando, en el salón fumador de la finca de algún amigo, se detenían frente a la pared para apreciar las realistas pinceladas de una escena bucólica y cachonda, que me han dado ganas de añadir al Jardín una terraza más y dedicarla a los patrones que se repiten constantes en la historia de nuestra lúbrica y refinada cultura occidental. 
     Algunas veces, la esposa de Tindáreo es una inocente nínfula violentamente ultrajada por el dios disfrazado de colosal cisne. Otras, Leda es seducida por la magnificencia del ave. En todas, del fortuito encuentro, engendra la heroína a dos parejas de mellizos que llevan la sangre de padres diferentes. Una semidiosa, y otra no. Un semidiós, y otro no. Habrá sido Leda muy hermosa, porque, independientemente de la herencia genética que le inyectó  quién fungía de mandamás en el Olimpo, de sus huevos (literalmente, si asumimos la naturaleza literal del mito) nació el rostro que lanzara un millar de naves. 

     Habrá quien lea la divina travesura como el  efusivo y brutal triunfo de la naturaleza sobre la vulnerabilidad humana. Habrá quien mire en Zeus el símbolo de la gracia que encanta irremediablemente al ojo de quien sabe leer el poder en la belleza. El momento se ha retratado innumerables veces, y en sus reproducciones e interpretaciones se puede descifrar aquello que entendemos por erotismo. Suaves líneas que pronuncian empinadas curvas, voluptuosos volúmenes que apelan más al tacto que a la vista, o  arrabatadas formas nada decorosas, hay tantas maneras de trazar el motivo como de reproducir actos amatorios. ¿Rapto o fornicio? ¿No querrá decirnos, la ambigüedad en el mito, que los mortales somos constantemente seducidos por nuestro deseo casi pornográfico por ser avasallados?  

Pintura
Adolph Ulrich Wetmuller

Pintura
Francoise Boucher 
Fred Einaudi

Kai Nielsen

Escultura
Michael Parkes

Dibujo
Norman Lidsay

Pintura
Odilón Rendón

Paul-Prosper Tillier


Pintura
Steven Acworth
Pintura
Nina Childress

Pintura
Rudi Hurzlmeier
Escultura
Lucio Bubacco
Pintura
Caroline Maurel
Fotografía
Max Sauco



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