Los iceberg swinger

Crónicas de nuestra vida swinger


La metáfora que inventó el Sr. Medici durante el fin de semana pasado, me gusta por precisa. Nos define bien a Mariana y a mí. También, por supuesto, a ellos, a los Medici, y seguramente a muchas otras parejas. Los encuentros entre iceberg swingers, generalmente no hacen buenas historias, pero lo que nos sucedió con ellos da material para anécdota relevante.


Los conocimos hace una semanas en El Pistache, en el multimentado jacuzzi, célebre por las altas temperaturas que alcanzan los cuerpos que ahí se sumergen. Y al sumergirnos, nos quedó claro que los cuatro pertenecemos al mismo ecosistema. Éramos masas lentas navegando con lentitud. Ágiles, sí, para conversar. Hablamos durante largo rato. Hablamos mucho y seguimos hablando. Hablábamos con una soltura asombrosa. Insisto, era evidente que éramos seres de la misma especie, y que teníamos mucho en común. Por eso seguimos hablando hasta el día siguiente y no dejamos de hablar sino hasta que cada pareja estuvo en su auto y camino a casa.

Entonces, Mariana y yo tuvimos un charla sobre los eventos ocurridos. ¿Te gustaron? Me gustaron mucho. Cayeron muy bien, ¿no? Muy bien. ¿Como que ellos también tenían ganas de jugar con nosotros. Sí. Yo también tuve esa impresión. ¿Y luego?... No sé. Luego, no sé por qué seguimos, después de tantos años de menear el abanico en estas lides, sin saber cómo pasar de los dichos a los hechos.

Lo que ocurre siempre es que, vapuleados por adolescencias definidas por el constante rechazo de nuestros objetos de deseo, vivimos enconchados y temerosos de dar el primer paso. Deprimente, pero cierto. La experiencia en el medio swinger nos ha enseñado que esa no es la estrategia ganadora, pero es muy difícil ir contra la psique. Y aunque nos echamos porras el uno al otro, en el momento decisivo, nos da por reculear, y dejamos siempre que el paso definitivo brille por su ausencia, Por esa razón, hay dos sopas. O en nuestra sosegada flotación ártica, chocamos contra otros icebergs y luego de un leve colisión seguimos nuestra ruta sin mayores hechos que registrar o nos topamos con un navío que, puesto que viene con motricidad propia, encalla contra nosotros en un venturoso naufragio lleno de diversión garantizada y del que mucho cuesta reponerse. Así que somos, según palabras del señor Medici, una mole de hielo en espera de que otras parejas con personalidad de Titanic se nos  embarren en el mejor sentido de la palabra.

Pero nosotros queríamos que los Medici fueran un barco, un portaaviones, un yate, una lancha de alta velocidad y nada, ellos eran también un iceberg conversador. Chocábamos y seguíamos nuestro camino en el jacuzzi, chocábamos otra vez y así pasamos de largo entre secretas frustraciones. Por eso, Mariana y yo nos pusimos de acuerdo. ¡Nunca más! Si hay alguien que nos gusta, a la voz de ¡Tierra a la vista! nos lanzamos al abordaje así se trate de un iceberg, una fragata o de una isla tropical. Nosotros, a partir de ahora, seremos los temerarios pilotos dispuestos a atracar en la orilla de quien nos plazca.

No hay tal, la verdad es que no hemos avanzado mucho desde entonces. Pero en nuestra defensa, luego de dos citas más, finalmente juntamos valor para invitar a  los Medici a estar con nosotros a solas a un hotel. (La cita anterior fue también en un hotel, pero fue colectiva y entre glaciares y bergantines, nada hicimos con ellos). Y sólo nos tomó tres horas de charla en icebergués despojarnos de la ropa y convertir la flotación en acción.

Ahora venimos regresando de un viaje con ellos a Acapulco. Todo muy bien, la pasamos increíble gracias a la hospitalidad de la Sra. Médici y a los esfuerzos del Sr. Hablamos con ellos sobre la teoría de la lentitud, sobre las parejas que hacen y sobre las parejas que esperan, sobre métodos para acelerar las cosas cuando es obvio que todos los involucrados quieren jugar, hablamos, pues sobre los icebergs. En fin hablamos, hablamos mucho y la pasamos, como siempre,  muy bien.

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