Tenemos que hablar de Wanda

Juguetes y orgías


Cojín sexual wanda liberatorMariana cuenta, entre sus acumuladas reputaciones, la de tener orgasmos largos y encadenados. También tiene, entre amigos y lectores regulares del blog, la fama mantener una relación casi monogámica y sospechosamente codependiente con su Hitachi Magic Wand. Ambas cualidades están, como podrá usted imaginarse, ligadas de modo casi esencial. En ese sentido, a mí no me queda sino confesar que mi papel en la cama de mi esposa está, más bien, relegado al de un actor de reparto si no es que, ya de plano, al de comparsa. Pero nada de vergüenza hay en ello, mientras la señora siga haciendo sonrojar a toda la colonia con sus gritos de placer y, por la calle, las vecinas cándidas me sonrían con anhelante complicidad. Por eso, cuando tomamos el taller de Organic Loven, el abarrote que más llamó su atención fue Wanda.

     El accesorio en cuestión no tiene mayor interés estético que el de un zapato para extraterrestres o, en todo caso, el de un detenedor de puertas megalómanas, pero quien haya escuchado las hazañas de la marca  Liberatorpodrá empezar a confiar en su pertinencia en nuestra alacena de juguetes. Wanda es una almohada diseñada, fabricada y empacada, especialmente para detener el más célebre de los vibradores y para, a su vez, servir de apoyo a la o las usuarias. Es útil, con mayor precisión, si una ella está en cuatro puntos, y un él la penetra desde atrás, ya que la cabeza del Magic Wand permanece, sin necesidad de usar las manos, estimulando el clítoris, y la ella tiene control total sobre la posición y la presión. La compramos, pues, y la trajimos a casa en dónde la cuidamos, la cobijamos y la mantuvimos siempre cerca de nosotros. Tan cercana se volvió nuestra amistad con nuestro cojincillo erótico, que decidimos llevarlo a la reunión de la Cofradía del Orgasmo Perpetuo que, en honor a mi cumpleaños se llevó a cabo en el castillo de los Medici. 

     Felado por febriles féminas y repartiendo besos, pensé en lo lejana que estaba ya mi vida al mundo de los civiles. La Cofradía fue, no sólo un entorno onírico y extático en el que festejar mejor de lo que nadie puede imaginarse, sino un refugio donde, todos los que veníamos de una manera u otra, vapuleados por unos sádicos e implacables meses, pudimos tomar una bocanada de aire fresco y recordar los 100 motivos que valen la pena. Este sábado fue uno de esos días en que no me explico cómo hace la gente normal para sobrevivir sin ratos así. En fin, que entre hadas y unicornios llegué a la última parada de mis treinta haciendo lo que más me gusta hacer con muchas de las personas con las que más me gusta hacerlo.

    Giraba la esquina la noche y Mariana quiso jugar con dos. Luego la Doctora se nos unió para emparejar los números y quedar en pares intercalados. Después de que ella  y yo follamos un poco, le dijo mi mujer:

 -Para eso sirve Wanda, 
-¿Cómo?
-Para ese tipo de penetraciones.

     Así que lo ensamblamos. Hitachi dentro de la almohada y Doctora sobre Hitachi. Mariana la instruyó. Yo, detrás de quien pilotearía la almohada indiscreta, me puse un preservativo nuevo. Estábamos en un colchón en el piso, Mariana y el Doctor, frente a nosotros, a nuestro alcance, jugaban en el sillón. Mi mujer se esmeraba en extraer de su coequipero, con la boca, un orgasmo final, mientras yo buscaba, con el trasero de una Isis desnuda entre las manos, interpretar entre sus gemidos la Piedra Roseta para producir placeres diversos. El grito sobre Wanda quedó, de pronto, fijo en una larga nota alta, Mariana se acercó para poner las piernas al rededor de la cabeza de la Doctora cuyo nota seguía prolongándose entrecortada por pausas respiratorias. Era una especie de foto fija con implicaciones mágicas.

     Las dos mujeres se tocaban entre ellas de una forma que distaba mucho de la postal clásica del porno, incluso del porno más feminista. Era casi de manera accidental. Más que resultado del éxtasis, o que caricias para desatar delicias, el tacto parecía un acto de solidaridad, una forma de compañía entre dos reinas en asenso. Y el asenso de la Doctora era inminente, un orgasmo prolongado e intenso que Mariana parecía entender muy bien. Desde donde yo estaba, tenía ganas de hacer que mi penetración fuera precisa, inspirada. De hacer todo lo que pudiera ayudar,pero con el temor de hacer, quizá, demasiado. Yo quería, a la luz de el clímax que asomaba la cabeza, servir como la impávida escalera que la ayudara a subir con firmeza al trono que le corresponde. Y así fue. Cabalgando sobre Wanda, la Doctora llegó al orgasmo, y se quedó ahí. Y moró en el durante un largo rato en el que nada se suspendía, ni mis embates, ni el sonido zumbón de vibrador, ni la mano de Mariana sobre ella, ni la mano de ella sobre el pezón derecho de Mariana.Y uno orgasmo se encadenó con otro, y le siguió otro, y otros y la poseedora no supo si era una larga serie o era sólo uno que duraba lo que parece durar toda la vida.



Cómo usar una almohada sexual con vibrador



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