Con amiguitos en Coliseum

Reseñas de clubes swinger

     Pues como la Mejicana y su Chef Peninsular  iban a estar en tierra de IMECAS, había que festejar. WhatsApp en mano, convocamos a nuestros compañeros de farra y aprovechamos para conocer Coliseum, el club swinger al que desde hace dos locales le debíamos una visita. Llegamos en pareja y con pareja, es decir que nuestros sendos brazos iban con cada uno de los Doctores Chocolate a quienes habíamos citado desde temprano. Luego de cruzar una palatina puerta de madera, y de pasar por rigurosos controles de seguridad, nos recibió la Sra. C y nos condujo por los pasajes del edificio.

swinger club coliseum
     

     El lugar es enorme y con esa dignidad que tienen las casonas de la Colonia Cuauhtémoc. Subimos una escalera para llegar a la recepción y de ahí cruzamos un salón que conducía a otra escalera por la que hubo que descender para aterrizar en la pieza principal, un atrio de techo altísimo con mesas en rededor mirando fijamente a una chica que, ataviada en breves ropajes fluorescentes, bailaba sola al centro de la pista.  Hay tanto atractivo en la arquitectura sola del lugar, que lamenté la iluminación y la elección de mobiliario que, poca o ninguna justicia le hacen al sitio. Cuando llegamos, Chef y Mejicana ya llevaban más de una hora esperándonos, pero su enfado se disipó porque a todos nos dio gusto vernos después de más de año de ausencia. Luz y Sonido, llegaron poco después para completar la tetralogía fantástica de liviana francachela.

     Amablemente, nos reservaron mesas en la pista de las cuales ocupamos tres. Se trata de muebles de bar fijos al piso, lo que hace imposible para un grupo de ocho estar suficientemente pegados como para hablar o para hacer impropios tocamientos. Paliando la distancia, pusimos un par de sillas dando la espalda al show, lo que pareció confundir a los meseros quienes, aparentemente, no entendían por qué alguien estaría dispuesto a torcerse cuello y espalda para ver el espectáculo lo de sexo en vivo que, sin duda, ocurriría dentro de poco tiempo. Tranquilicé al capitán  haciéndole saber que yo prefería ver a mis amigos que a los ejecutantes. Después de todo, el espectáculo erótico que más nos interesaba, sería interactivo y ocurriría tan pronto nos abrieran el playroom.

     El protocolo de Coliseum sigue las tradiciones de las primigenias épocas del swing chilango. Se llega a eso de las once. Se espera mientras se toma el trago, y la disposición de las mesas se aprovecha para echar indiscretos ojos a otras parejas. Luego se baila un rato, no mucho tiempo porque pasados algunos éxitos de fiesta latina, el animador/DJ anuncia la primera llamada para la función. Se da la segunda, luego la tercera llamada y después, la mujer que bailaba cuando llegamos, sale a la pista ataviada nuevamente con breves ropajes fluorescentes, pero esta vez, decidida a removerlos en la segunda canción. Así, lo hace, y mientras tanto, el playroom permanece cerrado a piedra y lodo. Luego viene un muchacho vestido de "policía" y con varias horas de gimnasio en su curriculum. Él baila también paseándose entre las mesas para que algunas, como mi Mariana, lo conviertan en blanco de impúdicos manoseos. Citando al animador/DJ, durante la segunda pieza musical, el muchacho "nos enseña su lado más sensual". Mientras tanto, el playroom permanece cerrado a piedra y lodo. Una vez que el bailarín queda en completas pelotas, la chica sale para hacerle compañía y, aprovechando, un curvilíneo sillón estilo motel (única pieza escenográfica) montan la representación hiperrealista de una pareja que coge. Mientras tanto, playroom permanece cerrado a piedra y lodo.

     Con el final del show de sexo (a eso de las dos de la mañana), llega la inauguración del cuarto oscuro al que el Chef y la Mejicana corrieron como gordas al buffet. Tendríamos que ser justos con ellos; desde que llegaron, lo primero que preguntaron fue por las áreas para jugar y luego, acostumbrados a los clubes españoles en los que los parroquianos hacen lo que quieren sin seguir ningún itinerario, se frustraban cada minuto que pasaban obligados a permanecer sentados y con el cinturón de seguridad ajustado. Por eso, y luego de un rato que consideramos prudente, cuando el resto del salón principal se había vaciado, los alcanzamos.

       El playroom del Coli debe ser el más grande en la Ciudad de México. Con recovecos y una considerable variedad de lechos es una cancha que se antoja divertida para todo tipo de jugadores. Se trata de una suerte de pasadizo subterráneo con muebles a la medida, glory holes, rejas y columpios. Hay espacio para ver, para ser mirados, para equipos grandes y para parejas hurañas. Nuevamente, la iluminación no es la mejor aliada. Alguna necesidad encontrarán los diseñadores en poner focos de luz negra y manchas de pintura neón por todos lados, pero yo de verdad no sé cual es. Si por mi fuera, la Constitución prohibiría la luz negra cualquier recinto dedicado al placer físico. Los cuatro pares nos hicimos del rincón más profundo del calabozo y ahí arrojamos la fiesta de desnudos, besos y caricias, que tanto habíamos anhelado. 
       
        La partida habrá durado hora y media. Pude oír de pronto Mariana gritando que no la tocaran. Nada de qué alarmarse, se trata de un ritual común en mi mujer al cabo de un orgasmo muy intenso. Percibí de reojo su cuerpo que se deslizaba y retorcía para alejarse de las manos de nuestros amigos quienes, angustiados ante la posibilidad de que la Señora Estoy muy Sensible se desbarrancarse del colchón y se rompiera su extasiada cabecita, trataban de detenerla entre los manoteos y pataleos de mi esposa. Entre tanto, yo penetraba desde atrás a la Doctora Chocolate, no sé en cuál iba, pero cuando encadena uno con el otro, seguir su ritmo es deporte de alto rendimiento, Al fondo se escuchaban jadeos, ruidos de nalgadas y toda suerte de melodías propias de un parque de diversiones para adultos de amplio criterio. Entre los sonidos, un grito nada placentero rompería el arrobamiento. "¡En quince minutos se prenden las luces!". Por un momento todos perdimos consciencia del lugar en el que estábamos y los ruidos amatorios se trocaron por frases de confusión. 

       Entre dudas y certezas, asumimos el final de la ronda. Nos vestimos todos y emergimos a la superficie. Recuerdo que la primera vez que estuve en Coliseum, me molestó que hubiera consumo mínimo y propina obligatoria. Algo así me temía esta vez, pero me llevé la grata sorpresa de que ya no era así, la política cambió para bien. No sólo los tragos estaban en precios razonables y no había costos ocultos de ningún tipo. Cuando pedí la cuenta, el capitán me hizo saber que el Sr. C ya se había encargado de ella. Agradezco mucho el detalle porque, desde que los conocimos en Mefisto, el Sr. y la Sra. C, han sido unos bombones con nosotros, y siempre es muy grato cuando unos buenos amigos te invitan a su casa. 

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