Oh là là Mademoiselle! Una fiesta con Delirium-
El salón se extiende alrededor de una enorme copa en la que una chica casi desnuda se moja y baila emulando una suerte de baño sicalíptico. Es una interpretación contemporánea de rutina clásica de cabaret. Los organizadores de la fiesta nos advirtieron que habría que llegar temprano, pero no lo hicimos, y de ello nos arrepentimos en cuanto entramos al lugar. Según números oficiales eran más de noventa parejas reunidas, y eso significa que no había mesa. Afortunadamente, tenemos amigos que tienen amigos y ellos contaban con algo de espacio para que, al menos, no nos tocara estar de saleros estorbando el paso. Gracias a ellos, pudimos poner a buen resguardo, al menos a resguardo, nuestros abrigos y la bolsa de Mariana. Luego nos enteraríamos que ésa no fue la mejor de las ideas, pero contaremos esa historia en otro momento más propicio.
Las mujeres, todas, vestían lencería atrevida, y los hombres, ropa negra. Era evidente que entre los asistentes había un esfuerzo particular por encajar. Tuve la impresión de que aquí pertenecían todos los que quieren pertenecer y una sucesión de ideas me llevó a los momentos de mi adolescencia en los que comenzaba a descubrir los antros y la vida social. En la atmósfera hay una sentido de unidad que se entrelaza con la búsqueda de la transgresión, se siente como un pacto tácito, como un ritual profano en el que todos los participantes han puesto su fe y su voluntad para que todo salga bien.
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Foto: cortesía de Delirium |
Oh là là Mademoiselle! acertó en lo que, supongo, era uno de sus objetivos principales, colocarse en el centro del reflector. Para nosotros representó una oportunidad genial. Unos amigos vinieron de Monterrey para que los raptáramos durante el fin de semana y darles la bienvenida con Delirium fue como recibirlos cruzando un arco del triunfo en un desfile. Nuestra CDMX es un vibrante centro swinger entre las ciudades americanas y, por una cosa o por otra, es raro que tengamos ocasión de exhibirlo. Me gustaba estar en medio de un suceso tan emblemático.
A Mariana también le gustaba. No guardó recato alguno para después. Se vistió con una minúscula prenda roja de una sola pieza que cruzaba en delgadas tiras su cuerpo. Como no había donde sentarse, no lo hizo, entonces bailó y bailó entre unas manos y otras. Algunas veces se detenía cerca de mí y nos dábamos un beso. Era como tocar base. El resto del tiempo la miraba desde lejos perderse entre conatos de travesura. De un tiempo para acá, las fiestas dejaron de ser nuestros lugares de jugar (con jugar quiero decir, obviamente, de follar). Mi mujer está en huelga contra los playrooms y a mí la cosa de la música alta y los amontonamientos no me hace muy feliz. Así que hemos convertido estos eventos en una excusa para ver y saludar gente a la que no es común toparnos en otro tipo de entornos menos masivos (por entornos menos masivos quiero decir, obviamente, jacuzzis).
De todas formas, sigue habiendo muchas cosas gratas para nosotros. Los besos furtivos, los fajes como si tal cosa, los coqueteos y piropeos sin resabios de inocencia. Una fiesta como las de Delirium nos recuerda que, antes que cualquier otra cosa, nos gusta estar en el ambiente porque nos fascina rodearnos de gente de moral ligera. Nos gustan la socializar en sitios donde las restricciones se mantienen en el nivel más bajo. Así es fácil hacer amigos.
Y aquí lo era.
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