Coincidió, con la visita del Sr. y la Sra Check, un par de regios a quienes conocimos en el
crucero y que se metieron de
squatters en nuestro corazón. También lo hicieron en el de los Amantinos, que se las ingeniaron para hacerlos venir a conocer su lugar. Así fue como se juntaron a cinco parejas de lo más geniales y dispuestas. Sepa el lector, que mis cumpleaños no son, ni de cerca, mi fecha más feliz. La crisis de la edad me pega con fuerza y ponerme en el centro de la gente me hace sentir muy incómodo. Lo que sí me encanta es tener excusas para estar con mis amigos, poder platicar sin prisa por muchas horas y jugar por muchas más.
Cuando llegamos al muelle, nos esperaban ya todos en la playlanch, el pontón que transporta a los huéspedes al otro lado del lago. Destapé una cerveza, porque el tío Grú, como le decimos con amor al Sr. Amantino, siempre se asegura de tener una dotación fría para que, quien así lo requiera, pueda refrescarse y dejar atrás las vicisitudes de la carretera en lo que el bote avanza. Me acomodé en la proa con cara de pirata del caribe y me alegré cuando Cabello Morado vino a arrinconarse bajo mi brazo izquierdo para, de vez en vez, dejarme un par de besos en la boca durante el camino. Si así empezábamos, el finde prometía mucho.
Comimos, bebimos y departimos aprovechando que el clima de la tarde era por demás benevolente. Llegó la noche, y descubrí que Mariana había organizado que todos (menos su marido, a quién no le reveló ninguno de los planes) se vistieran de azul. Al ver a todas tan provocadoras y a todos, al menos, esmerados, sentí vergüenza de mi atuendo fachoso y corrí a la habitación para arreglarme un poco. Entre mis cosas había, por ventura, una playera azul que me ayudó a no desentonar demasiado en mi propio festejo.
Hay resultados que se obtienen cuando se hacen planeaciones cuidadosas, otros que son consecuencia lógica de juntar un número de ingredientes y otros más que, simplemente, ocurren por obra de la casualidad. Yo creo que me porté bien de niño, porque a mí me pasan maravillas que corresponden a estos tres niveles sin que yo tenga ningún tipo de intervención. Es decir, Mariana y el tío Grú se esforzaron para preparar una celebración genial, así ocurrió. Se juntaron las voluntades de personas increíbles para producir el mejor de los ambientes y además quiso el azar regalarme sorpresas como que, del otro lado del lago, Valle se llenó de fuegos artificiales en lo que nosotros comíamos pastel. Pastel con mucho, mucho chocolate.
Trajeron, entonces, un colchón inflable y lo colocaron en el centro del salón de la chimenea. Mariana, con su microvestido de resortes azules se acostó sobre éste. Entendí el gesto como la señal de que el playroom estaba abierto y me dispuse a conectar juguetes. Mientras Signore Medici le brincaba encima, me dijo mi mujer que aún no era tiempo de empezar. Hice una mueca y no entendí por qué teníamos que esperar a que la señora Check regresara. Lo descubriría pocos segundos después cuando fui sujetado a una silla y vendado de los ojos. Se explicaron las reglas, entonces. Cada una de ellas, sacaría un papel de la tómbola. En él encontrarían una instrucción que debían realizar sobre mi persona, al terminar, sacarían otro y continuarían en una larga cadena que, para mi beneficio, podía empalmarse tantas veces como fuera necesario.
De tal suerte, que tuve al mismo tiempo una boca en mi sexo y un sexo en mi boca, un beso por detrás de la oreja y manos por delante de todo lo demás. Lenguas, yemas, senos y pieles que me obligaban a ver únicamente con las manos. Escuchaba risas, comentarios cábulas, bromas en tonos diversos. Escuchaba, principalmente, gente siendo feliz. Y yo fui feliz de estar en el centro de todo eso.
Cuando me liberé de la venda, estaba acostado sobre el colchón inflable y dos mujeres hermosas se compartían mi erección. Pensé en la época en la que todo aquello parecía una fantasía imposible. Me alegré de haber sobrevivido cuarenta y un inviernos chilangos. Los juguetes estaban regados por todos lados y los condones y los lubricantes, dispuestos y a la mano. De pronto, todo era una nube de cuerpos buscando, entre otros cuerpos, las mejores rutas para circular. Algunas veces, defiendo que el número ideal de participantes en una orgía es tres parejas. Esta vez, no estuve de acuerdo. Cinco por dos es una combinación sublime cuando se logra tal nivel de compatibilidad. Cualquier mujer podría haber caído en los brazos de cualquier hombre y el resultado hubiera sido igualmente explosivo.
El poder de la combinación. El sortilegio de la mezcla. Muy pocos entienden la fuerza de los rituales colectivos, pero hay tantos que no sabrán nunca el portento que se esconde en una orgía. Al cabo de varias horas, uno a uno, soldados, al fin de una amistosa batalla, comenzamos todos a caer sobre la escena. Había sudor, respiraciones agitadas, y esa sensación que queda sobre las palmas de las manos que, aún satisfechas, quieren seguir tocando. Giramos la mirada hacia la cocina. La única luz de la noche provenía de ahí. Detrás de la barra, y armado de dos sartenes, el tío Grú preguntó:
-¿Quién no ha probado los famosos hotdogs del galán?
|
Foto: Mr. Black |