No me llames VIP

Lo que más me gusta de ser swinger

Lo que más me gusta de ser swinger-

Cierto, cuando iniciamos en el ambiente y nos sentábamos por los rincones como ratones huraños, teníamos la incómoda sensación de que había un mundo mejor, más cálido y divertido al que nosotros queríamos pertenecer. Cierto, cuando nos empezaron a invitar a todas las fiestas y la gente nos hablaba y teníamos citas calientes todas las semanas, una enorme satisfacción nos inundó y durante una época nos llenamos la cabeza con la idea de que habíamos, por medio de algún mágico sortilegio, escalado la torre de marfil de la popularidad. Cierto, todos nuestros conflictos mentales de adolescentes rechazados se sublimaron cuando, de adultos, nos encontramos cobijados con esa túnica engañosa tejida de exclusividad y aceptación. 

  Unos años en el swinging y cientos de horas reflexionando sobre el tema de la sexualidad compartida nos dieron muchas oportunidades para hablar entre nosotros y para discutir con otros sobre eso que nos parece tan encantador sobre el estilo de vida liberal. Por supuesto, el sexo es un componente básico de la fórmula. El chocolate es, sin duda, lo que más me gusta del pastel de chocolate. Pero hay también un millón de elementos esenciales que hicieron que encontráramos aquí nuestro hogar. El mundillo liberal (así lo llaman los españoles y me encanta) es, en estricto sentido, un mundo mejor.
El swing es un espacio donde la voluntad individual se privilegia, pero la colectividad se considera esencial. El conjunto fomenta el respeto, y todos los integrantes buscan un entorno seguro y de confianza.


     Es un espacio donde la voluntad individual se privilegia, pero la colectividad se considera esencial. El conjunto fomenta el respeto. Y todos los integrantes buscan un entorno seguro y de confianza. Visto así, hasta suena como promesa de campaña o fragmento de Atalaya. Dista mucho, es verdad, de ser una sociedad perfecta, pero innegablemente está uno o varios pasos más adelante que el mundo exterior. La piedrita en el zapato es, creo, que muchos conceptos de la cultura exterior están tan incrustados en nosotros, que es muy difícil sacarlos por completo y, de alguna manera, terminan por ¿contaminar? nuestro idílico escenario. Insisto, no terrible porque, de todas formas, es mejor.

  Hablo, por ejemplo, del machismo. Pese a que los swingers somos un colectivo en el que la voluntad y el poder femenino ocupan un lugar muy importante, nadie puede negar que seguimos promoviendo comportamientos heredados del más tradicional de los pornos y, por lo tanto, esencialmente misóginos. Pero ese fue tema de otros posts. O hablo de la homofobia, un estigma que resulta por demás absurdo en una sociedad marcada por el concepto de la libertad de elección. En fin, ejemplos hay para tirar para arriba y ya será cosa de cada uno reflexionar sobre su propia conducta.

  Sin embargo, entre las cosas que me parecen aborrecibles de una sociedad (exterior) como la nuestra, está la primitiva idea de que unas personas, elegidas bajo criterios tan arbitrarios como el color de los ojos, la marca de la playera que usan, los tres últimos caracteres de su CURP o el ancho de su cintura, son mejores que otras. Entiendo que, a la hora de elegir compañeros de cama, todo el mundo es libre de optar por aquellos rasgos físicos, emocionales, hormonales, intelectuales, sensoriales o del tipo que mejor le venga en gana. Por eso es estúpido pensar que todos buscamos lo mismo. Claro, Televisa y Hollywood, siempre preocupados por el manicurado mercado, nos han lavado un poco el cerebro y nos han enseñado a creer que hay una serie de características que hacen que algunos humanos son productos más valiosos que otros.

     Confesaba unos párrafos atrás, lo seductor que me resultó, el algún momento de mi vida swinger sentirme entre los objetos premium certified de un supermercado imaginario. Es hipnótico, de verdad lo es, pero no se requiere una inteligencia privilegiada para, pronto, darse uno mismo cuenta de la contradicción. Yo no quería, yo no he querido nunca ser un producto. Y tampoco me gusta que los demás lo sean. He escrito más de una vez que un club, el que sea, lo que vende es a sus miembros. Gente, llama gente, decía mi madre refiriéndose a las taquerías, y la gente busca rodearse de personas a las que se sientan afines, yo por eso me junto con otros swingers. En eso no veo pecado. Pero hay un juego bastante nauseabundo en catalogar a los otros de bistec o filete según mis propios parámetros. Más enfermo, todavía, me parece imponer a los demás esos estándares, porque cuando digo que yo sólo recibo gente VIP niego a mis allegados la posibilidad de sentirse afines a cualquiera al que yo no haya admitido, añadiendo el velado pero filoso riesgo del rechazo. "Si a ustedes les gusta X, tal vez no sean tan Y como pensábamos y entonces no pertenecen a nuestro pasillo gourmet"

    No sé si últimamente estoy sensible al tema o si, como sospecho, es cada vez más frecuente el uso del argumento VIP, bonito, nice, premium, distintivo H o ISO 9001 bis, TIF o lo que suene más superlativo para decir "aquí solo nos gustan los güeritos de nalga levantada". El caso es que ya lo encuentro fastidioso, porque me parece que reproduce en copia calca el discurso del que, precisamente, veníamos huyendo. Nos encanta el mundo swinger porque dota a cada persona con la libertad de ser lo que cada quien quiera ser sin el terror de ser juzgados por los demás. Después de todo, aquí sólo veníamos a follar. Si vamos a ser definidos y calificados en nuestro espacio seguro, y de esa definición dependerá lo que podamos o no podamos hacer, posiblemente ya éste no sea un espacio tan seguro. Por eso no estoy dispuesto a participar de tal vocabulario.

   Puedo agradecer, sin duda, que algunos de nuestros compañeros sw nos quieran elogiar con epítetos grandilocuentes. Es un gesto de amabilidad siempre bien intencionado, sin embargo, encierra un espíritu que no quiero ayudar a promover. Prefiero un mundo swinger en el que la calidad de la gente no se determine por los mismas frivolidades con las que se mide el mundo exterior.

El sujeto y el objeto erótico
Aykut Aydogdu

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