La mayor parte de los que vivimos en el ambiente sin vivir del ambiente compartimos un temor que cargamos a cuestas mientras nos divertimos: la posibilidad de ser descubiertos. En algunas parejas será mayor que en otras, pero la idea de ser expuestas frente a la familia o al entorno laboral es un constante que nos obliga a andarnos con cierto cuidado. Tiene sentido, el mundo vainilla es ya muy tolerante con prácticas que hace un par de décadas eran duramente condenadas, pero la poligamia consensuada aún no entra en esa lista y, posiblemente, no lo hará pronto. El costo de ser expuestos sería, en muchos casos, la exclusión y ahí es donde el imperfecto mundo exterior nos impone sus arcaicos usos y costumbres.
Pero, ¿qué tanto somos nosotros mismos responsables de perpetuar esas normas que encontramos tan medievales? No se trata de colgar de nuestras ventanas una bandera SW y de gritarles a nuestros vecinos y padres que esto somos y que se acostumbren. Pero sí de ayudar, en la medida de lo posible y en la vida cotidiana, a fomentar un pensamiento más incluyente y una concepción de la sexualidad mucho más libre. Pongo un ejemplo. Alguna vez, habrá ocurrido que, en medio de una conversación godín en la sala del café, alguien del trabajo empieza a decir algo sobre los
swingers. ¿Cómo reaccionamos frente al tema?
Es muy probable que nuestra primera reacción consista en ocultarnos, y al hacerlo, lo hagamos como lo hacen los niños. Apuntando dedos flamígeros para desviar la atención. Es decir, disipamos la posibilidad de que la sospecha caiga sobre nosotros actuando como si la práctica nos escandalizara. ¡Cómo es posible que haya quien viva de esa manera! Y argumentos similares dignos de nuestra tía Gertrudis. La verdad es que no era para tanto, con habernos mantenido callados hubiera sido suficiente. Pero más allá de eso, ¿había algo que hubiéramos podido decir que, sin revelar nuestra escondite, hubiera hecho algo por revaluar al nuestro gremio? No sé, ¿qué tal algo así como: "Pues si a alguien le funciona, bien por ellos"? O simplemente declarar que la monogamia tradicional no es el único camino y que cada uno hace con su colita lo que mejor le venga en gana.
No digo que debamos convertirnos en activistas
swinger, (sería padre, pero no es realista) sin embargo, sí creo que sería responsable que todos los que hemos descubierto alguna de las aristas de la sexualidad libre buscáramos una sociedad sin prejuicios contra ésta. Fomentar, entre quienes no creen en ella, una cultura de sexualidad positiva nos beneficia, no solo a quienes visitamos antros SW que un día están y otro tal vez no según el hipócrita capricho de la asociación de vecinos o del delegado en turno. No sólo a quienes tememos perder el trabajo si nuestros empleadores, todos ellos educados con la moral imperante en el siglo XIX, se enteran que disfrutamos del sexo en grupo. No sólo a quienes vivimos aterrorizados de que las mamás de los amiguitos de nuestros hijos sepan lo que hicimos el verano pasado, y luego nuestros cachorros no tengan con quien jugar. También beneficia a la chica que no se atreve a denunciar acoso porque no quiere que la llamen puta. También beneficia al hombre que se tiene que esconder de su esposa para masturbarse. También beneficia a los adolescentes que temen preguntar sobre métodos anticonceptivos, no vaya siendo que los malmiren.
La educación sexual no es solamente un tema de libro de texto gratuito, no se reduce a enunciar genitales. Pero no es del estado, ni de la tía Gertrudis de quien espero una postura más activa frente a la ignorancia y al prejuicio. Es de nosotros, de los que de noche compartimos nuestro matrimonio y de día atacamos a quien lleva la falda demasiado corta.