Eramos tres y nos gustaba el sexo

Mariana y yo no habíamos llegado a los veinte y creíamos que habíamos ya descubierto todas las posibles combinaciones de nuestro cubilete sexual. De todas formas, no dejábamos de lanzar los dados para ver lo que ocurría, porque pasara lo que pasara, igual nos seguía divirtiendo. Daniela venía en el asiento trasero del VW que tuve en la universidad. El orden de las acciones no me queda muy claro, pero sé que había una pluma azul enorme. No es de extrañarse. El VW que tuve en la universidad era un auténtico sombrero de mago, y como ése, había también muchos tesoros que no es relevante describir ahora. Había una pluma azul. Había también una Daniela en el asiento trasero. Había una Mariana en el del copiloto, y había uno como yo, pero 10 años más joven, manejando. Seguramente, pero esas yo no las vi, había también muchas hormonas estrellándose como abejas contra los vidrios del coche. A Daniela le gusta -dijo Daniela- cómo se siente la pluma en la piel. Dije que el orden de los sucesos no me queda claro, pero Daniela acaricia sus brazos con la pluma. Daniela acaricia con la pluma sus labios. Daniela acaricia con la pluma los labios de Mariana. Mariana acaricia con sus labios los labios de Daniela. Yo miro la escena desde lejos, quisiera estar ahí, pero las ganas que tengo de ver son la frontera infranqueable que me impide tocar. Eso, y y el hecho de que aún tengo que manejar.
Finalmente me las ingenio: algunas veces, tocar las piernas de Mariana, otras, alcanzar el cuello de Daniela, otras, abrirse paso entre el resto de los coches de donde salían miradas de espasmo e incredulidad. Tocar, besar, ver, lamer y el desfile alegórico de senos, labios, y muslos que mientras avanzan te convencen de que nada se puede volver a repetir. No hay olas iguales a otras olas.
Llegamos al sitio al que planeábamos ir. Todavía no entiendo cómo sobrevivimos al compromiso por más de dos horas y sin un asomo de complicidad en la mirada. Lo cierto es que un reloj interno nos dijo a los tres al mismo tiempo que era tiempo de salir de ahí, y de correr lo más rápido posible a terminar nuestros pendientes.
Mi casa estaba vacía, normalmente lo estaba en esas épocas, y supongo que tuve la seguridad de que mis padres no tenían planeado regresar durante el fin de semana. Dije que el orden de los hechos no lo tengo claro, pero estoy, en una parte de la casa, besando a Daniela y con las manos sobre un trasero que me volvía loco desde los dieciseis. Mariana entra al cuarto y nos mira con ojos de carbón encendido. En otro momento estamos los tres sobre la cama de mis padres, alternando atenciones entre risas y juegos de rol. Mariana me pide que le enseñe a hacerle sexo oral a una mujer. Daniela está extendida como el horizonte. En otra imagen, me paro a la orilla de la cama, y la una juega a pasarle mi sexo a la otra de mano en mano y de boca en boca como el micrófono de un Karaokee adolescente. En unmomento, Mariana y yo somos un par de frutas que cuyas bocas cuelgan de los pechos de Valeria, y luego somos dos personas masturbando a una que acaba de descubrir lugares donde le gusta ser tocada.
No sé cuando termina la noche. No sé cuando termina Valeria. Mariana termina sobre mí, y yo lo hago dentro de ella. Sin tener claro el orden en el que sucedieron las cosas, tengo la imagen final de la función: Mariana está dormida acurrucada en mi pecho, como después de diez años, todavía lo hace todas las noches. Daniela está un poco más lejos, pero su trasero eleva la sábana dibujando un arco perfecto. Su trasero, que me vuelve loco desde que teníamos dieciseis

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