
Mariana tardó poco en acostumbrarse a tomar el sol desnuda. Durante la primera hora conservó la parte de abajo del bikini, pero para después de la comida, ya no había nada para ocultar. Así exploramos el hotel entero: nos cambiabamos de un sitio a otro envueltos en una bata que, justo antes de tumbarnos, nos quitábamos, y con un trago eternamente en la mano. Casi todo el tiempo yo bebía vino blanco espumoso, para evitar hacer corto circuito con el tinto a la hora de la cena. Ella parecía una niña en la juguetería, eligiendo entre los muñecos los que más le gustaban. Me dijo con una sonrisa maliciosa: "¡Mira papá, cuántas nalgas gueritas!" Le advertí entonces que tendría que practicar su inglés, y no pareció molestarle. La tarde que llegamos a los cabos no tuvimos sexo con nadie más. De la noche, podría decirse algo parecido, aunque no del todo cierto.