Abrí los ojos, y el cansancio acumulado de la semana se me anudaba en el cuello y a lo largo de la espalda. Mariana se había despertado antes que yo. Su mano derecha estaba sobre mi cabeza e intuí que me había estado mirando fijamente durante un largo rato. No me explico que puede tener de atractivo verme dormir. Pero Mariana parece disfrutarlo. El caso es que sentí sus ojos sobre mí, de la misma forma en la que se siente el calor del sol a través de la ventana. Me desperté de golpe, y adiviné, del otro lado de su mirada que ella había estado ahí desde siempre, y que estaría ahí para siempre. La contundencia de la revelación fue brutal. Hasta ese momento, había asumido que Mariana y yo estábamos juntos porque así nos había tocado vivir en nuestros respectivos caminos. Mariana había posado sus labios en mí, y cada segundo valía porque podía ser el último. En cualquier momento, un viento frío se la llevaría lejos de mí. Pero esa mañana, yo acostado bocarriba y ella mirándome fijamente, descubrí, del otro lado de sus ojos, que ese intante no sería el último. Ni siquiera el primero en una larga cadena de últimos momentos. Mariana había estado ahí desde siempre, y se quedaría conmigo para siempre.
Bajo su nariz, la boca se entreabría pacíficamente. Su mano me acariciaba el cabello y, sin perder de vista sus labios de niña, quise celebrar el encuentro. Atraje su boca a la mía, pero no la besé, me quedé frente a ella tocándonos los labios durante un largo rato. Mi mano izquierda se apresuró a tocarle el trasero para acercarla todavía más a mí. Me faltaba el aire, quería decirle cuánto la quería, pero no tenía ganas de mover los labios, de separarme ni por un momento de esa boca que sería siempre para mí. Acercó sus senos. Me vuelve loco sentir como cambian de forma al contacto con mi pecho. Ella lo sabe, y por eso juega siempre con las distancias. Normalmente no la masturbo. En general no le gusta, pero el corazón iba tan rápido que ni mis manos podían pensar en lo que hacían ni yo quería detenerme por nada del mundo. Metí la mano entre sus piernas, y dejé salir un poco de aliento por la boca. Su sexo es cálido, y estaba mojado. Temblaba ligeramente al contacto con mis dedos. Me abrazó con fuerza y me rodeó con las piernas. Entre en ella despacio, sintiendo como sus músculos se iban contrayendo a mi alrededor, como si tuviera una mano en su interior que me apretara y me soltara para exitarme todavía más. Metí la cabeza entre sus senos, y me sentí en un lugar seguro. Ella me abrazó la cabeza con más fuerza todavía y yo podía sentir como sus muslos se endurecían bajo los míos. Cuando eyaculé, no quise decir nada más. Me recargué en ella, y dormí un poco más. Ese día todo tenía un color diferente,