Desde la arena

Tenemos un poco abandonado el blog.
Supongo que estamos en tiempo de sequía.
No es que falten aventuras.
De hecho, creo que últimamente nos esforzamos más por inventar cosas nuevas. Quizá ahí está el error. En el esfuerzo. De alguna manera, siento que estoy esperando la historia que no sólo es digna de ser vivida, sino la que tambíen tiene que ser contada.
Hace un par de meses que me faltan sensaciones. Quería llegar a los treinta y cinco con el cuerpo tan colmado de calllejones clandestinos, que me pudiera retirar tranquilo a gozar de la edad adulta. Me temo haber llegado a ese punto mucho antes de cumplir con la edad estimada, y ahora no sé que hacer con mi jubilación erótica anticipda. ¿Será posible? Sin embargo, no hay sosiego. Todas las mañanas en el auto pienso en las muchas ganas que tengo de un revolcón de antología, de la orgía que será la madre de todas las orgías.
¡Tengo tantas ganas de sentir que lo que me pasa a mí, no le puede pasar a nadie de mejor manera!

Tengo en la cabeza una imagen clara de Mariana, y no se me quita durante todo el día. -A veces tengo terror de estarnos convirtiendo en un "feliz matrimonio".- Decía, pues, que no me saco nunca de la cabeza una nítida fotografía con movimiento: una especie de micro gif animado con loop. Mariana está frente a mí. La luz de la película porno le ilumina indirectamente el escote. Sus senos siguen cubiertos con el bra, pero la blusa está abierta. (Adoro las blusas con botones. Me hacen pensar en la adolesencia, cuándo separar cada ojal de su botón era ya una gran conquista). Su cabello al hombro, no halla como acomodarse, y se enreda con los brillos que salen de la tele atrás de ella. Su cara, en cambio, es tan definida. Los ojos, que son un puente que va a mi boca. La boca que se entreabre como las mariposas en la madrugada. El gozo, el gesto detenido en el rostro como un avatar de mi propio cuerpo dentro de ella.
No hay nada más que saber. Yo sé lo qué tengo entre las manos. Mariana es un altar que se refleja en mi mente, y el reflejo, se refleja en los ojos de Mariana que se refleja otra vez en un infinito recuerdo: en una amorosa tortura. En la maldición de amarla tanto y de tantas formas, que ya todo intento de amarla me deja insatisfecho.
Por eso la he traído hasta esta playa, a este blog, donde voy guardando, tecla a tecla, todos los pedazos que tengo de Mariana, todas la Marianas que tengo y que construyo todos los días a fuerza de húmedas penetraciones.
Estoy en la orilla, frente al mar, con mis Marianas entre las manos, y no sé...
Del otro lado, desde el mar, desde el cielo, desde la montaña, nos miran y no sé...
No sé quién nos mira, y para qué nos mira mientras, sobre la arena 2.0, Mariana y y yo, hacemos el amor hasta el siguiente post.

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