No sé cuándo dejé de ser adolescente. Me queda claro que ya olvidé mucho de aquellos tiempos que, no debieron haber pasado hace más de 10 años, tal vez, incluso, bastante menos. El caso es que ahora que tenemos visita en casa, y que la visita duerme inocentemente en la habitación de junto, el sexo de los últimos días ha sido hospitalariamente callado y discreto... sobre todo discreto. Hasta el sábado pasado. No aseguro haberme sentido como quinceañero otra vez, pero la memoria vino de un sólo golpe cuando regresábamos Mariana y yo, ya entrada la noche, del cineyunacerveza. Guardamos el auto en el garage y baje a cerrar la puerta. Mariana no bajó conmigo. Mariana tardó en salir y, cuando regresé al auto a buscarla, ella estaba con su blusa roja escotada, sus ojos encendidos, y su falda lejos de ella, en el asiento trasero. Fingí sorpresa. La verdad es que después de tantos años, he aprendido a oler cuando Mariana tiene planes oscuros. Pero estaba bellísima. Las mujeres, cuando arden, son mucho más hermosas de lo habitual.
Entré con ella al asiento trasero del auto. Nos escondíamos como los muchachos cuando se esconden de sus papás. Largas sesiones de besos muy húmedos, como de novatos. Mis manos que atraviesan desde el tobillo hasta el muslo unas piernas fuertes y recientemente depiladas. Mi boca que baja tenebrosa por el escote se siente en casa nuevamente. Nos llenamos los cuellos de saliva, las manos de piel y la piel de mordidas. Mariana se arquea para invitarme a poner la cabeza entre sus piernas... y es ese sabor el que me hace sonreir cuando no estamos cerca y quiero recordarla.
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Debería de haber un catálogo con las posiciones sexuales que una pareja puede intentar en un auto. De ser así, habríamos completado toda la colección aquella noche. Lo mejor fue escucharla gritar, saber que sus voces salían del coche, daban vueltas en las esquinas, se escondían en los parques y su orgasmo se metió relinchando por todas las ventanas de todos los edificios de toda la ciudad.
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