El largo fin de semana trató de ser espectacular, pero no lo logró. Recurrimos al Cine para adultos, y lo encontramos tan lleno de gente (y no en el buen sentido) que hicimos la tarea pero sin fuegos artificiales. A Mariana se le ocurrió probar nuestro lado cutre y nos llevó a unos baños públicos en Calzada de Tlalpan. El vapor resultó más relajanta que exitante, y el miedo a hacer contacto directo con cualquier parte del quién sabe que tan higienizado azulejo me obligó a olvidar la posibilidad de cualquier experimento amatorio. En fin, nos la pasamos bien, pero de sexo no ocurría nada de lo que quisiera escribir. El momento más caliente, entonces, amenazaba con ser el que pasé en mi estudio aprobando y desaprobando miembros en México Erótico. Era feliz viendo como la comunidad que se me ocurrió inventar para ver qué pasaba, comenzaba a crecer. Luego me acurruqué junto a Mariana y dormí plácidamente junto a ella como duermen los matrimonios viejos enamorados.
El cambio en el rumbo de la, ahora noche, llegó cuando, entre sombras, abrí los ojos. Ella trasegaba en el mueble de las películas. Se levantó y me hipnoticé con la luz azul de la pantalla de la tele que caía difuminada sobre sus senos. No dijo nada. Puso una peli cualquiera, de la colección de piratería triple equis, que solíamos comprar por mayoreo durante nuestras excursiones al Centro. Creo que el tema era negros con prostitutas de Bangkok. Me dejé llevar por las imágenes de coños rasurados por completos, y de miembros descomunales que los acariciaban. Toqué una mano de Mariana, un signo tácito, algo así como "Estoy en guardia". Mariana estaba tendida y extendida, cubierta con luz de la pantalla, una especie de sábana dinámica y translúcida. Las piernas un poco abiertas y en su mente... no sé que historia. Cuando esas cosas nos suceden, nunca sé qué es lo más exitante: si su cuerpo abierto como promesa, si la reconstrucción de las imágenes en mi cabeza o si la idea que tengo de las ideas que Mariana se está haciendo.
El porno es un éxito comercial por la misma razón que lo es el cine de aventuras: porque nos enseña que todo es posible. Mariana es un laberinto, su piel es una computadora que no acepta nunca la misma programación, pero por dentro es todavía más compleja. Entre un guiño de su complicidad y otro, se abren silencios cargados de sentidos, oscuros oráculos, designios desviados. Ahí, cuando Mariana mira con ternura el cuerpo jugoso de una estrella de porno, cuando pierde los ojos en los pechos diseñados de las actrices, cuando no sé si un close-up la excita o la repele cuando mira perdida las celadas de las lenguas, la erección más profunda ocurre en mi cabeza.
Todo consiste en pretender leer en su cuerpo como si leyera un libro en portugués y en aguardar a que de vuelta a la página y me dé la primera señal contundente de que está hambrienta por subirse en mí y convertir la especulación en materia.Etiquetas: historias de sexo