De mi marido sé que es adicto a los artistas visuales. Lo suyo son las letras, pero ama la fotografìa y la pintura como si le dieran de comer. Por eso no me extrañó que la noche que cenamos en el Suki, en una de esas mesas largas tan aptas para socializar, la pasara conversando con John sobre los movimientos de vanguardia, o algo así. Debbie y yo, en cambio, nos divertíamos más tratando de hacernos entender una a la otra en un lenguaje intermedio entre el inglés y el francés, y burlándonos de lo excéntricos que nos parecen nuestros hombres. Por lo que pude entender, ella es, desde hace varios años, la modelo exclusiva de alguna forma de escultura conceptual a la que su marido se dedica profesionalmente en Vancouver. Después de cenar, nuestros nuevos conocidos decidieron irse a dormir, y nosotros a seguir la fiesta. Así que quedamos de vernos al día siguiente para hacer algo juntos entre los cuatro.

John me cayó bien, porque cada vez que se se refería a mí lo hacía con algún apelativo cariñoso de esos que uno nunca cree que los angloparlantes de verdad usen. Debbie, además de todo, me gustaba. Tiene este tipo de piel que se siente más delgada, o más fría, o más algo. El caso es que no puedes dejar de tocarla. Los ojos grandes y verdes. Mucho cabello. Mucho cabello y además es un poco más baja que yo.
Nos encontramos en su cuarto al medio día siguiente. Su hobbie de fin de semana es hacer body-painting y traían todos sus juguetes preparados. John me pidió que me desnudara. Lo hizo así, sin preámbulos ni eufemismos. "Take of your clothes". Así, nada más. Miré a Diego para confirmar que hubiera escuchado bien y él sonrió y se limitó a decirle a Debbie: "I'm gonna like this". Luego pidió permiso para ir nuestra habitación por su reflex y hacer algunas fotos de la sesión. Nadie se opuso. Mucho menos yo que, habiéndome tardado en obedecer las instrucciones del creativo, me había ganado una chica para asistirme en el encantador juego de quitarme la ropa. Ella lo hizo por mí, y luego se desnudó ella misma. Su abdomen era hermoso, y apuntaba sensualmente a un pubis liso y castaño claro. Ella seguramente notó mi intrusiva mirada y se rió conmigo. Sentí pena de ser descubierta, pero ella se acercó para tranquilizarme con una caricia en la espalda que se prolongó un poco más dentro del territorio de las nalgas. Cuando Diego regresó con su cámara, yo tenía el cuerpo lleno de brochazos, y estaba a punto de descubrir, por boca de nuestra pareja de amigos, que la pintura era comestible.
Así fue como pinté y me despintaron. Despinté y me pintaron nuevamente. Con la cámara en la mano, mi chico estaba estupefacto. Primero se encandiló con la posibilidad de las fotos que había para ser tomadas. De cuerpos móviles y llenos de colores. De composiciónes sensuales que pudieron quedar fijas en pixeles. De caricias que dejaban marcas y de marcas que fabricaban deseos. Había un debate en los ojos de mi hombre: el futuro contra el presente. Yo, con John y Debbie desnundos y en mis manos, me descubrí tentándolo para que abandonara su propósito original. Frente a él eramos tres figuras desnudas y llenas de pretextos para lamer. Diego no resistió. Dejó a un lado, sobre la mesa, sus aspiraciones artísticas y prefirió venir a mancharse con nosotros.
por Mariana
Etiquetas: Desire Resorts, historias de sexo, Lugares para Swingers, Swingers en el Mundo, Turismo para Adultos