Reseñas de bares SW en el D.F. (y Edo. Mex)

"Muerto de hambre" me quedé pensando en las razones por las que, en nuestra hambrienta sociedad, apelar a la necesidad económica de otro ser humano es una forma de insultarlo, cuando, al salir del club swinger
Libertines, el gerentecito me gritó el tal improperio a la espalda. "Muerto de hambre". Luego nos tomó todo el camino de regreso pasar el mal trago, recuperar nuestro buen humor y llegar a casa para follar a pierna suelta.
Teníamos pendiente desde hace tiempo conocer el club swinger
Libertines, lifestlye parties. Ciertos amigos hablaban bien del lugar y aunque las reseñas en
SDC de algunos asistententes daban pie a sospechas, no parecía correcto que Libertines no figurara en nuestra
Guía de clubs swinger. Así que fuimos el sábado.
Era "Fiesta de Mucamas" y a nosotros el ritual previo de comprar ropita para salir a jugar nos gusta mucho. Así que preparamos el trajecito con cofia, mandil, puños y toda la cosa y atravesamos la ciudad a media noche para llegar a Satélite y encontrarnos con el local de un barecillo que sirve de sede. Seamos justos, Libertines tradicionalmente hace fiestas los viernes y apenas comenzaron, hará un par de meses, a apoderarse de los sábados. Así que la escasés de quorum no desilusionaba tanto. Casi todas las secciones del pequeño local estaban cerradas y sobre sillones modulares dispuestos en rededor de un metraje equivalente a la sala comedor de un departamento grande, se reunían otras tres parejas y un grupo de tres mujeres y tres hombres que, por su comportamiento y forma de sentarse, nos pareció que no eran tres pares sino eso, tres mujeres y tres hombres. Había también un caballero solo apostado tras una columna a pesar de que el evento se anunciaba para parejas y mujeres solas. Tal vez el detalle fuera nimio, pero a Mariana esas cosas le ponen los pelos de punta, y a mí me ponen en guardia. Como notamos que las asistentes habían, todas, omitido el dresscode, mi mujer, por no desentonar, se deshizo de accsesorios y quedó ataviada con un vestidito negro de patinadora en hielo con la espalda descubierta, medias de red a los muslos y unos tacones que estrenaba hoy. Me gusta verla así.
Elegimos, como es común para nuestro observador y tímido temperamento, una mesa en el rincón. Pedimos una cerveza y un whisky y mientras nos coqueteábamos el uno al otro, comentábamos lo mucho que nos gustaba la música, algo de electrónica antrera tranquila que facilitaba la conversación y prometía luego no interferir con el ambiente del playroom. La decoración es ochentera con vivos de otras eras: paredes negras, tres bolas disco, mucho humo de maquinita y sillones modulares de un vinil blanco que ya podría comenzar a tramitar su jubilación. Si el bar no fuera swinger, si no hubiera cover, si estuviera en la Condesa y vendiera vino por copa y cerveza artesanal probablemente la estética kitsch y la selección musical le bastarían para abarrotarse de jueves a sábado.
Pasó el tiempo, los demás comenzaron a bailar con rolas cada vez más poperas, a jugar a manosearse y a hacer filas de conga en su versión para adultos. Nada particularmente emocionante. Llegaron dos parejas más (entre ellas, otra con mucama francesa que se fueron en cuestión de una hora) y algún otro par pagó la cuenta y se fue. Algunos se divertían y otros no tanto. Mariana estaba cansada y había en el ambiente poco que la mantuviera interesada. Yo todavía tenía ganas de usar el playroom siguiendo nuestra política del "ya que estamos aquí" pero ella hizo otra propuesta. "Si nos vamos ahora podemos llegar a la casa con ánimos de jugar en privado". Le pregunté si no prefería aprovechar ahí mismo lo que quedaba de energía y dijo que no. El caballero de atrás de la columna la incomodaba un tanto. Como si fuera un acto de telepatía, el individuo pagó y se fue. Con el problema resuelto, volví a preguntarle si quería ir al cuarto oscuro y volvió a negarse. "De todas formas no estoy cómoda."
Pedimos la cuenta y al mejor estilo de puesto de quesadillas, el mesero, en lugar de traernos una comanda con el consumo, un ticket o cualquier cosa escrita, nos dijo el total: $350. Para dos chelas y un whisky me pareció excesivo y el mesero debió leer la cara que puse al sacar la cartera, porque me explicó: "$350 es el consumo mínimo, señor". En ninguna parte dice que hay consumo mínimo. Hace mucho tiempo decidimos que había un número de prácticas detestables en clubes para swingers. Todas tienen que ver con la cultura del table y la política de exprimir en su primera visita al cliente lo más posible. La primera de éstas es la de los consumos mínimos. Cada quien tiene derecho a cobrar el cover que mejor le parezca para garantizar la operatividad de su negocio. Hasta ahí, todos de acuerdo. Cada cliente tiene el derecho, también, de saber si paga o no por el servicio. Cobrar consumos mínimos, nos parece marrullero. Por eso no vamos ya a ningún lugar, swinger o no, que lo haga. Así que, si lo hubiéramos sabido, hubiéramos pasado la noche del sábado en Dreams. "¿En dónde dice que hay consumo mínimo?" "En la puerta se lo explicaron, señor." Estaba dispuesto a evitar la discusión y pedir un trago más para completar la cuenta, aunque eso significara empinarse un tequila de golpe y luego salir a esquivar alcoholímetros en un largo camino a casa. Pero me enteré que mi cuenta real era la mitad de lo que pretendían cobrarme.
"Nadie me lo explicó en la puerta."
"¿No se lo explicaron en la puerta?"
"No me lo explicaron en la puerta."
El mesero fue a la puerta, supongo que a ver que si me lo habían explicado o no, y regresó con el gerentecito, un chaval de playera estampada y pelitos parados, que pregunta.
"¿Hay algún problema, señor?
Le explico el problema.
"Ya veo".
Tres segundos pasan y nadie dice nada.
"¿Me cobras, pues, mi consumo real?
"No."
"Pero nadie me dijo que había consumo mínimo. No me puedes cobrar por algo que no pedí si nadie me advirtió que ese cargo existe."
Y entonces, viene la frase de la semana.
"Está publicitado por todos lados. Yo no tengo la obligación de avisar a nadie que el consumo mínimo existe"
"Si no me avisas, no me puedes cobrar. Tus fiestas se publican en
SDC, en
SwingLiving y en tu página web, en ningún lado, ni siquiera en las postales que tienes en la entrada, dice que hay consumo mínimo."
"Ya veo"
"¿Me cobras, entonces, mi consumo real?"
"No."
Habiendo analizado el alcance cerebral de mi interlocutor le pido hablar con Fernando, el dueño. Dice que sí y regresa en un segundo diciéndome que Fernando está ocupado, que lo espere un momento. Desde donde estamos podemos ver que Fernando, a quien nos habían presentado hacía unos meses en una pool party, estaba ocupado sirviendo de apoyo al trasero de una chica que le bailaba. Pensamos que podíamos darle dos minutos para desocuparse de su labor, pasados los cuales, me levanté de mi sillón y fui a hablar con él.
La verdad es que esperaba más entusiasmo de su parte; si tu gerente molesta a un cliente en un día en el que una pareja visitante representa más del cinco por ciento de tu demanda total, tal vez quieras paliar un poco el conflicto. Pero bueno, cada quien trata a sus clientes como mejor le parece. Al final y después de oír mi historia acepta cobrarme sólo nuestro consumo. Nos vamos de ahí, no sin antes pagar un billete de 200 que incluía sensatos veinticinco de propina.
A la salida pasamos frente al gerencito, a quien debe dolerle mucho que su jefe cobre $175 menos de lo planeado para la noche, porque al parecer se tomó el incidente de manera muy personal. Al caminar hacia mi auto lo oí gritarme por la espalda "Muerto de hambre".
Eso es lo último que tuvimos de Libertines, un insulto gritado como berrinche desde la puerta de un sitio alejado de casa, al cual no creo volvamos a ver. Nos trepamos en el periférico y pasado el mal trago usamos algunas horas de la madrugada para follar sobre la mesa del comedor.
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