En la primaria me enseñaron a ser swinger

Fotografía antigua de pareja swinger
Sexy swingers
¿Criaría a mis hijos en la cultura swinger? Probablemente sí. Es un tipo de vida en el que creo, más allá del plano "sólo adultos". Lo más importante del lifestyle lo aprendí mucho antes de saber nada sobre sexo y, pobrecitas ellas no lo sospechan, me lo enseñaron mis Misses de primaria y de kinder. A ser swinger, lo aprendí en la escuela.



Esas señoras sabían que los problemas se resuelven hablando. Me enseñaron a no gritar, a no maldecir y a no insultar inútilmente. Así fue como Mariana y yo decidimos, juntos, empezar en el ambiente: hablando, compartiendo ideas y fantasías. Así planeamos cada una de nuestras travesuras y, de igual manera, así cerramos nuestras aventuras: a la luz de la conversación, del café y de los chilaquiles a la mañana siguiente. Hablando, hablando se entiende la gente, decían.

Aprendí, también de niño, que a las personas hay que darles siempre una oportunidad y que nunca hay que juzgar a nadie por lo que lleva puesto. Esto ha sido particularmente útil en los jacuzzis de los hoteles nudistas, en donde es siempre difícil ver la marca de la camisa o medir los complejos de los demás. Las maestras bondadosas también me enseñaron a no tocar sin pedir permiso, a no lastimar a nadie y a tratar con cariño a mis compañeritos y compañeritas de juego.

Por esa misma época, aprendí que, amigos en el patio del recreo puedo tener muchos pero que familia sólo una. Esa, mi familia, Mariana, es siempre la mayor de mis prioridades.

La Miss me dijo, posiblemente cuando estaba yo en el primero B que probara las cosas nuevas sin miedo, pero con precaución y que jugar era más divertido cuando compartes. Mariana y yo sabemos que los juguetes son de todos y por eso siempre llevamos a Hitachi con nosotros.

En la primaria aprendí a jugar en equipo, a disfrutar con la felicidad del grupo y pensar en los demás. A nadie se le ocurrió que me estaban adiestrando para el mundo de las orgías y el intercambio de parejas, pero así fue. Gracias a esa época es que ahora swinguear es mi deporte favorito.

Nunca se cansaron esas diligentes mujeres de inculcarme la disciplina de dejar el salón y el arenero en buen estado y tal y como lo enontré. Ahora me cae bien la gente que, cuando sale del playroom, recoge su basura y sus toallas. Yo lo hago, y me siento, por ello, un buen ciudadano. De debería haber en los clubs swinger un cuadro de honor.

También, de esa época es la civilizada costumbre de dar las gracias cuando alguien hace algo bueno por ti, o de entender que la voluntad de nadie puede plegarse a la propia. Los berrinches y chantajes sólo logran que uno termine en el rincón con orejas de burro. Incluso, es del kinder la certeza de que para recibir alguna vez, primero hay que acostumbrarse a dar y encontrar en ello la felicidad mayor.

Cuando alguien, por correo electrónico nos hace la constante pregunta: "¿Qué nos aconsejan para que nos vaya bien en nuestra primera experiencia swinger?" Lo único que se me ocurre escribir de vuelta es: sean buenos tipos. Con lo que uno aprendió en la primaria, basta y sobra para se feliz en el lifestyle.


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