Entre 35 y 45

Nuestro debut SW ocurrió cuando teníamos 19 o tal vez 20 años. Éramos un par de mozuelos universitarios que querían ser adultos. En aquel entonces, jugar con otras parejas era como salir a hacer travesuras: Buscábamos clubs esporádicamente. Nunca nos hubiéramos definido como swingers y, ahora me lo confiesa Mariana, a ella los preliminares de una cita le causaban un terror casi infantil. A los 25 nos mudamos juntos a un proletario departamento al sur de la ciudad y empezamos, así, a jugar a la casita. El lifestyle cumplía en nuestro cotidiano un papel tangencial. Aparecía y desaparecía de nuestros planes nocturnos, pero siempre estaba ahí. Era como el aguador de un equipo de futbol.




     En esa época, como ahora, nos preciábamos de ser sexualmente más abiertos que la mayoría. Nuestros juegos significaban una forma de alejarnos del promedio, una especie de certificado de ser muy cool. No le decíamos a nadie lo que hacíamos, pero nos daba el derecho de mirar al resto de nuestros amigos por encima del hombro. Mi cumpleaños número 30 se acercaba y con él, el inminente peligro de una, nada deseada, madurez. Pero, al parecer, no había remedio. Mariana y yo, estabamos condenados a dejar de jugar a ser mayores y a serlo en realidad.

     Convencido de ello fue que, por primera vez, me puse un plazo. "Mariana", dije. "Aprovechemos ahora por que se nos van las pascuas. Seguimos con estos juegos de adolescentes desenfrenados de aquí a los 35. Entonces paramos en seco con la vida disipada que llevamos, porque eso de que estemos viejitos y sigámos portándonos como tontos no puede ser." Ella me miró como miran los gatos, con los mismos ojos indiferentes que me echó cuando le conté mi idea millonaria del avestruzódromo, o cuando le confesé mis planes de hacerme famoso poniendo clubes de comedia en los aviones. Se dio la media vuelta y preparó el café.

     Entiendo su escepticismo, también me prometí que antes de los treinta tendría un doctorado, que al salir de la Universidad dirigiría un éxito de West End, que el acné me desaparecería por completo antes de mi primera cana y que, si todo salía bien y la estación de ejercicios que compré por culpa de un infomercial se ajustaba a sus objetivos, a estas alturas de mi vida podría ganar un maratón. Vamos, nunca fui muy bueno con eso de cumplir metas, y Mariana lo supo desde el día que me conoció.
Hace poco, salimos, en cita horizontal, algunos miembros de la Cofradía del Orgasmo Perpetuo y también una pareja candidata a la iniciación. En medio de la conversación salió la omnipresente pregunta: "¿Y ustedes, cuando empezaron?" Recordé entonces mi promesa y por primera vez me alegré de que mis optimístas pronósticos se hubieran alejado tanto de la realidad. Ahora tengo 37. Ahora sí nos definimos como swingers. Ahora hemos visto ya un buen trecho del mundo liberal. Y es precisamente ahora cuando más hemos disfrutado los beneficios del medio.

     Lo que sucede es que, tal y como lo predije, ya somos adultos. Lo que no sabía entonces, y ahora entiendo, es que ser adultos tiene sus ventajas. Mariana y yo hemos pasado por muchas crisis. Hemos tenido altibajos sexuales y no sexuales. Hemos aprendido juntos a ser pareja. Con eso sobre nuestras historias, ser swinger ahora es mucho más interesante. A esta edad, sabemos claramente lo que estamos haciendo. Nuestros encuentros son más sofisticados y menos angustiantes. Ya no somos los niños del grupo. Tenemos amigos, muy buenos y muy queridos amigos en el mundo SW con los que compartir es más grato porque son compatibles con nosotros en más de un sentido. Ahora nos arriesgamos más y perdemos menos. Ahora nos entendemos mejor. Ahora el resultado de nuestras aventuras es más equitativo en cuanto a la repartición de gustos se refiere. Es decir, ahora que somos una mejor pareja y unos individuos más centrados, swinguear es un deporte mucho más grato.

     Nos gusta jugar con parejas jóvenes cuando la suerte nos topa con ellos, pero no dejo, un poco, de sentir,e profesor dictándo cátedra. En este momento, y lo platicamos en aquella cena, parece que la mejor edad para practicar esto es entre los 35 y los 45. Me he hecho, al escribir este posto, una promesa: A los 45 años y ni un día más hacemos la más grande fiesta dionisiaca, porque ese día anunciaremos oficialmente nuestro retiro.

Epílogo: Un pequeño Brett Favre que llevo adentro me advierte que deje de bloguear ahora y que mejor vaya a dormir.

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