La Historia de Dámaso

La ilustración de de Danny Hellman y la hizo para
una edición de Las Vegas Weekly
Hace ya algunos años, conocimos en Desire a un grupo de swingers seatlecos muy singular. Ellos fueron, si mal no recuerdo, los primeros que conocimos que, además de jugar con mucho éxito, se involucraban también juntos en toda clase de actividades civiles. De hecho, una vez nos reunimos todos a comer en casa de una de los matrimonios integrantes, y en todo el tiempo que estuvimos ahí, nadie se quitó la ropa. De ellos aprendimos muchas cosas, pero especialmente nos llamaba la atención la afición casi deportiva que tenían por los Hitachi Magic Wand. Cada pareja tenía el suyo y viajaban con él, con cantidades industriales de lubricante, y con una extensión que con un orden compulsivo enrollaban y guardaban en equipajes especialmente destinados para los juguetes. Sus sesiones eran toda una apología de técnica y cosechaban a manos llenas los orgasmos femeninos más ruidosos y extraños de lo que yo había sido testigo. Jardín de Adultos, ya existía en ese entonces, pero nosotros éramos unos polluelos que nos sentíamos kinky cuando, entre Mariana y yo terciaba una pequeña balita vibradora, cuyas pilas de reloj apreciábamos como tesoros. El tamaño y la potencia descomunal del HMW superaba, por mucho, cualquiera de nuestros delirios pornográficos. Manipular, además esos aparatos, a mi me parecía que requería conocimientos avanzados en tecnología aeroespacial.



     Una mujer, digamos Mariana, se acostaba boca arriba mientras algún o algunos colaboradores o colaboradoras le acariciaban los senos, la besaban, la masajeaban y hacían todo lo posible por que ella estuviera relajada. El maestro gurú del Hitachi, bañaba éste en lubricante y poco a poco,  se las ingeniaba para conquistar con él territorios genitales en la voluntaria. Entre tanto, dos personas más sostenían las piernas de la mujer, quien, involuntariamente, se contraía y las cerraba cada vez con más fuerza. La magia del mentado artilugio ocurría, se generaban gritos de placer exorbitantes, convulsiones dantescas, (del Paraíso, claro), reacciones adictivas y delirios masturbatorios hipersensibles. El cabezal del vibrador estaba casi por completo dentro cuando Mariana prolongaba un climático aullido que duraba varios minutos. Uno se encadena al otro y a otro formando uno gigantesco. Sin importar cuántas veces pidiera que el gurú se detuviera, nadie hacía caso, hasta que ella dijera la palabra de seguridad.

    Pasarían muchas historias desde entonces, hasta que en nuestro camino aparecieran los Cubanos, y fueron ellos quienes trajeron de vuelta a nuestro repertorio el juguetito que habíamos dejado en el pasado.  Además, nos dieron el link de un vendedor de mercado libre y así llegó a nuestras manos otro Hitachi. Sin mucho esfuerzo, el visualmente nada sensual aparato se convirtió en el dueño de nuestra cama. Era como los perros recogidos de la calle que, comienzan durmiendo en el patio y a la semana ocupan la almohada favorita de sus amos. La ventaja con éste es que ni tiene los inconvenientes higiénicos de un can, y cuando mueve la colita Mariana se vuelve, literalmente loca. Nuestras tardes de tele aprendieron a combinar eficientemente los comerciales de Warner con los orgasmos de mi mujer. Nosotros desarrollamos nuevos kamasutras que le dieran un sitio protagónico a nuestro diligente compañero de tríos. Y nuestro vecinos tuvieron motivos para empezarnos a mirar con envidioso enfado cuando nos topábamos en el pasillo.

     Aquel constante amigo desapareció en un trágico accidente del cual preferimos no hablar, pero hice una breve visita a San Francisco y entré en una Sex Shop por demás interesante y que fue participante activa de los movimientos feministas (Aquí su museo). Pregunté por un Hitachi Magic Wand para enterarme que sigue llamándose Magic Wand, pero ya no Hitachi. Aparentemente los fabricantes japoneses de televisiones no les gustaba que su marca estuviera relacionada con el juguete sexual más querido del mundo y optaron por venderlo a otra marca que, ahora lo único que tiene que hacer es fabricarlos y esperar las hordas de clientes por satisfacer que se desviven por comprar un aparato de esos. Traje uno en mi maleta y compramos una extensión de varios metros.

     Ahora salir a jugar sin nuestro MW sería como no llevar raqueta al club de tenis. Siempre cargamos con él, a menos que vayamos a Dreams, porque ahí no tienen enchufes. Tampoco perdemos ocasión de dar muestras gratis y junto con los cubanos, creo que nos hemos convertido en los principales promotores en México de ese cacharro. (No lo vendemos, por cierto, pero deberíamos empezar a comercializarlo). Sin ser el gurú maestro, me encanta ponerlo entre las piernas de una no iniciada y ver en sus gestos el placer del descubrimiento. Una noche de orgía, ahora, es también una fiesta de cables que se enredan y de órdenes precipitadas. Pásamelo, pásame al monstruo ahora. A lo que Mariana, en medio de lo que esté haciendo, o incluso, teniendo que sacarse a alguien de la boca, grita desdeñosa. No es un monstruo, es mi bebé.

     El tal niño no tenía nombre. El Chef Peninsular, responsable de bautizar al vibrador de su Mexicana, Amador, propuso bautizarlo Dámaso. A mí me gusta, aún debemos decidir dónde va el acento: Dámaso, Damaso, Damasó... Y Mariana lo sigue llamando: mi bebé.







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