¿Se hace o se nace?

Nuestra vida en el mundo swinger

Wolfgang Herzig
Un día nos dio por reunir a un selecto grupo de amistades civiles y les dijimos: Tin tin tin tin; tenemos un anuncio que hacerles. Todos se emocionaron y guardaron silencio. Alguien gritó con emoción: --¡Estás embarazada! --Mariana se acarició el vientre con cariño.Bajó la mirada. Esbozó una candorosa sonrisa y dijo que no. --Es mejor que eso. --dijimos. --¡Somos swingers! 
Lo que no ocurrió fue un silencio sepulcral. Tampoco ocurrió un escándalo discorde. Nadie se levantó de la mesa enfuruñado diciendo que no podría compartir nunca más el pan con cerdos como nosotros. Nadie se nos acercó con insinuantes lágrimas en los ojos jurándonos que, contra viento y marea, su amistad hacia nosotros se mantendría intacta. Nadie hizo avances lascivos. Nadie se mantuvo en silencio. Nadie lanzó al cielo un Ave María. Nadie se puso a llorar. Nadie aplaudió. Nadie se sonrió. Nadie, absolutamente nadie se sonrojó.
--¿Eso era todo? --preguntó alguien desilusionado. Y luego añadió con ironía:
--¡Qué novedad! ¿Quién trajo el tempranillo? Está buenísimo y no lo conocía.
--Yo tampoco, y mira que soy fanático de los vinos españoles...


     Verdad número uno: No cogemos con otras personas para escandalizar a nuestros amigos. Pero, verdad número dos: Llevábamos muchos años de hacerlo sin atrevernos a cargar sobre nuestras cabezas una flecha con la etiqueta SW. Nos tomó muchas tiempo de reflexión, varias aventuras y una discusión de 10 horas en el confinamiento de un vuelo de Air France para decidirnos por, finalmente, autodenominarnos swingers. No esperábamos gran cosa. Algunas albricias, tal vez. Entrevistas y cuestionamientos... algunas porras... salir en hombros... ¿salir en el Alarma? No sé. Algo. ¿De qué sirve haberse reservado tanto tiempo si, al final, nadie dudaba un segundo de nuestra promiscuidad?

     Ya lo decía Cantinflas, ahí está el detalle. Si bien, nadie sabía qué´antros visitábamos y cuáles eran nuestras posturas favoritas en la cama. Nadie tenía por qué saberlo. Lo abiertos, lo desinhibidos, en fin, lo liberales se nos notaba por todos lados. Siendo justos, cuando nuestros amigos gay salieron del clóset, tampoco impresionaron a nadie. ¿Será por eso que Mariana y yo, a pesar de ser tan distintos, estamos juntos? ¿Será que mucho antes de meternos en estos rollos, algo en nuestros sistemas nos reconoció como miembros de la misma especie,  como si de novios hubiéramos sido unos protoswingers buscando a quién acoplarse para salir del estado larvario? Posiblemente. 

     No es pseudociencia y no digo que los swingers tengamos un cromosoma especial o algo así. Por favor, que ninguno salga a crucificarme por pecado de charlatanería. Sólo digo que hemos conocido un millón de parejas swinger y también hemos conocido un millón de turistas del medio. Hay algo en común entre los primeros. Cuando nos cuentan cómo se iniciaron siempre nos dejan la sensación de que estaban diseñados para este estilo de vida. Algunas veces tiene que ver con la necedad; pasaron ene experiencias desagradables antes de llegar al primer encuentro que les gustó, pero no quitaron para nada el dedo del renglón o, por el contrario, con lo gratificante que les resultó descubrirse a las primeras de cambios en un mundo en el que, por fin se sintieron en casa. Hay gente que se excita con las aventuras de este mundillo y eso está bien, pero hay otros que nos movemos por acá como peces en el agua. Como si hubiéramos, tal vez, nacido para ello.

Etiquetas: ,