En el principio fue el Tiempo

Crónicas del lado SW


Hace muchos, pero muchos años, fuimos unos que pasaban sus tardes haciéndose arrumacos por todos los rincones que encontaban. No estábamos casados. Ni siquiera vivíamos juntos. Éramos lo que algunos definen como novios formales, de esos que aprovechan que la casa estará sola durante algunas horas para iniciar largas sesiones de besos que, fácilmente, dan lugar a que la mano descubra sus intenciones y descubra también la piel ajena y... en fin, que todos los cuartos de la casa de mis padres quedaran impregnados de un intenso y delatador olor a sexo.
 

    Había, por aquellas épocas, un popular semanario cuasi culto llamado Tiempo Libre. Todavía existe, pero entonces era mucho más popular que el aún incipiente internet. Lo maravilloso de la revista ocurría en sus páginas finales, ésas sí están extintas ahora. Se anunciaban ahí toda clase de servicios clandestinos bajo la etiqueta genérica de Amigos. Y fue por culpa de esas páginas que aprendimos por primera vez el uso sortilegio de la palabra swinger. Decían los clasificados algo así como: AAAAAAmigos SW (lo de las varias aes era importante para que el anuncio apareciera primero en el listado; no existía Google y su mutable algoritmo del diablo). Pues, decía el anuncio: AAAAAmigos SW club de Fulana y Fulanito... reuniones cada sábado... exclusivo parejas de buen nivel, y luego un número teléfónico al que, muertos de la pena y desnudos como siempre que estábamos a solas, decidimos llamar.

        El primer "club" al que fuimos en nuestra vida era un departamento en una unidad habitacional de interés social. Salió  a recibirnos, con un paraguas porque llovía, un hombrecillo bigotón cuyos cincuenta y tantos años contrastaba mucho con nuestros veinte. Nada sabíamos del ambiente, y había pocas o nulas formas de averiguarlo. Después de atravesar el estacionamiento, fuimos conducidos al interior del edificio, y luego al interior del departamento. El hombrecillo era el anfitrión, esposo de una señora que nos dejó marcado el labial en las comisuras de los labios cuando nos saludó. Ella fue quien nos llevó a conocer las instalaciones. En cada una de las dos habitaciones había un colchón sobre el piso. "Aquí pueden hacer lo que quieran y cerrar la puerta o dejarla abierta", declaró la señora anfitriona, luego de lo cual nos condujo a la sala donde estaban los demás. Habrán sido tres parejas más y un muchacho treintañero con cara de trabajar en sistemas. Después llegaría otra pareja más, éstos sí, de nuestra edad.

        Tomamos algo del trago disponible, posiblemente tequila o cerveza. Nos hizo un poco de plática el treintañero de los sistemas hasta que con bombo y platillo se anunció la hora de los juegos y castigos. Jugamos y nos castigaron. En algún momento vi a mi noviecilla de la Uni, haciendo un baile non sancto al otro chico, al que tenía más o menos los años de nosotros. Me excité mucho. Tanto, que esa es la primera vez que recuerdo haberme desesperado por mantener la imagen en la cabeza. No hubo mucho más que hacer, terminaron los juegos y no teníamos ganas de inaugurar ningún colchón de higiene dudosa. Salimos del lugar y  llevamos con nosotros a los de nuestra edad. Nos encerramos con ellos en un departamento y aprendimos, con ellos y por primera vez, las riquezas de tocar a ocho manos. Éramos tan nuevos en estas lides, que aún no habíamos inventado nuestros límites. No sabíamos lo que se podía hacer y lo que no se podía. Hicimos mucho, no recuerdo qué tanto pero tampoco importa. Hicimos, pues. Y la pasamos bien.

         Al día siguiente, por la mañana, nos descubrimos transformados. Éramos unos protoswingers. Aún estábamos lejos de saber que viviríamos juntos, o que haríamos de follar con otros nuestro pasatiempo favorito. Todavía no sabíamos que había más lugares por inspeccionar, que habría internet en el celular, que tendríamos un blog que mantuviera a las nuevas generaciones alejadas de los oscuros túneles a los que nos tuvimos que ir a meternos para aprender más sobre el lifestyle y nosotros, sobre nuestra relación. Todavía no sabíamos que nuestro matrimonio se haría en ceremonia presidida  por ministro del culto liberal. Pero viéndolo con distancia, creo todo tiene sentido. Si aún después de los primeros intentos, seguíamos con la idea fija en desvelar, del otro lado de las convenciones, una isla de desenfreno en la cual construir nuestra relación de pareja, seguramente estábamos movidos por un poder superior a nosotros, por una curiosidad irrefrenable. 

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