Swing, club para parejas

Bares swinger del DF

Swing Bar, parejas swingers
Caminar a los sitios que están cerca del terruño es un placer en sí mismo. Me gusta salir a la cafetería de la esquina, a tomar una cerveza ahí a dos cuadras o a pasearme por el parque para que me de el aire. Los lugares de la colonia tienen el gusto de lo conocido, de lo cómodo, de lo que se antoja una extensión de la sala de la casa pero rodeado de transeúntes con rostro de historias que contar. A Mariana, salir a caminar no le encanta, pero concedió conmigo en que sonaba bien darnos una vuelta por el Swing, el club que nos acaban de abrir a una distancia bastante caminable. Posee, este sitio, una ventaja adicional: es relativamente barato.



      Está más o menos afinazada la idea de que el precio es una manera eficiente de filtrar el tipo de gente que acude a los clubes citadinos. Es chocante, cierto, la idea de filtrar seres humanos; de clasificarlos en VIP, en exclusivos, en gente bien, en profesionistas exitosos y otras diversas manifestaciones de un clasismo que nos acompaña desde el origen de nuestro país. Pero, más allá de eso, el mecanismo es ineficiente porque encierra un sofisma. La verdad es que todos los sitios swinger, al menos del DF, cuestan más o menos lo mismo. Algunos tienen covers más bajos, pero enjaretan al usuario un consumo mínimo que iguala a la competencia, o meten con calzador el consumo mínimo, o inflan el precio de las bebidas, o del estacionamiento, o de lo que sea. Todo eso es comprensible; al final del día, un club no es un club, es un negocio que, lamentablemente, apela a un mercado que sigue siendo muy reducido (en términos comparativos) y que, por lo tanto, necesita compensar de alguna otra manera para mantenerse siendo viable.

      El público asistente no se clasifica, entonces por el dinero desembolsado, sino por el tipo de oferta. La gente que le gustan cierto tipo de instalaciones, de dinámicas sociales, de música, de tragos, y de estilo frecuenta los sitios que ofrecen ese tipo de instalaciones, de dinámicas sociales, de música , de tragos y de estilo y se topa con gente de gustos similares que disfrutan de ese mismo tipo de instalaciones, de dinámicas sociales, de música, de tragos y de estilo. El resultado es que una noche de copas en el ambiente swinger le cuesta a una pareja, por lo bajo, más  de mil pesos. Los chicos populares y antreros saldrán cada semana al menos una vez y su presupuesto para juerga, podría fácilmente pagar la colegiatura de uno de sus chavales.

    Así pues, somos muchos los que hacemos de la vida nocturna una actividad muy esporádica y trasladamos nuestras travesuras a la casa o las casas de nuestros compinches de promiscuidad. Con eso en mente, Swing entra en la escena como una alternativa para quien, sin ser propietario del 95% de la riqueza mexicana, desea salir a swinguear por la noche más de una vez al mes, y lo hace sin derroche de producción, pero tampoco haciendo acopio de carencia. Digamos que, visitar este lugar, sigue siendo el equivalente a tomar una cerveza a dos cuadras de casa o ir a desayunar a la cafetería de la esquina. Éste, podría ser la barra de lo cotidiano.

     El local tiene una historia muy arraigada en su personalidad. Alguna vez, albergó una bodega donde la gente dejaba a consignación todo aquello que ya no le sirviera ("menos discos y suegras," recuerdo al dueño decirme alguna vez"). Al cambiar de giro, conservó una ingente cantidad de mobiliario que sería la delicia de cualquier mercante de trebejos. Lámparas, salas, sillas y otros cacharros sirvieron para dar forma a un barecillo restaurantoso, con tonalidades de autódromo ochentero. En el último piso de esa joglaresca sede, quedaba lugar para un bar swinger y por qué no, Dreams  extendió sus rama para abrir ahí una filial que, me da la impresión, busca un mercado de adultos en sus treintas. Ahora que todos andan como locos por lo hipster, el lugar tiene su encanto. Muebles todos ellos rescatados del pasado, en algunos casos muy pasado, y todos ellos diferentes, luces tenues y música a un volumen notariamente bajo, le confieren al salón un sabor roma-condechi, que le viene bien, aunque no termina de serlo del todo.  Donde el estilo falla, es quizá en los playrooms. Lo confieso, nos estamos haciendo viejos, pero una cosa es sentarse en una butaca que viene de la casa de una añeja tía y otra, encuerarse a fornicar en los colchones que no sabemos si estuvieron en una clínica psiquiátrica. Vamos, exagero, pero no ayuda no haber visto en los cuartos oscuros, nada que nos hiciera pensar en que alguien se preocupa por la higiene. No toallas, no gel anti-bacterial, no botes de basura, y no sábanas. Seguramente todo ello sube los costos, pero nos resultó un tanto disuasivo. 

     No nos quedamos mucho tiempo. Tomamos un par de copas y regresamos a casa a dormir. Así que si el ambiente prendió más tarde, no lo sabemos. Pero lo descubriremos pronto, porque nos quedamos con ganas de regresar. Quizá un poco después, quizá cuando se haya asentado un más y el propio público ayude a Swing a madurar. Mientras tanto, nos gusta la apuesta y nos gusta la alternativa, así que les deseamos una vida larga y próspera.

@ClubSwingSW

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