Con todos menos conmigo

Reflexiones sobre nuestra vida swinger

Alegoría de la paz: Marte y Venus
Louis-Jean-Francois Lagrenee 
Lo he estado sintiendo mucho últimamente, pero también últimamente he descubierto que a otros les está pasando, también últimamente y por eso creo que vale la pena hablar de ello. Al entrar en este no poco arriesgado deporte, casi todas las parejas hacemos una serie de acuerdos y entre los acuerdos tácitos o expresos está el de guardar lo mejor de nosotros para nuestra pareja. Si tan sólo fuera tan sencillo. La principal ventaja del sexo grupal es el descubrimiento. Cuando estamos con otras parejas aprendemos cosas nuevas, estamos en situaciones diferentes en las que nunca habíamos estado y salimos,  por completo, de la cotidianidad. Estamos pues, en una situación extraordinaria. Se trata, precisamente, del tipo de circunstancias que sacan lo mejor de nosotros. Así que es un tanto difícil guardarlo para el entorno certero de nuestra alcoba matrimonial.


      Cuando veo a Mariana desarmándose de placer en el abrazo de otros, disfruto yo. Me vuelvo loco y tengo ganas de que nunca se acabe aquello que la transporta a niveles extraordinarios de excitación. Sin embargo, se acaba. Y volvemos a casa. Y se viene el pago de la renta. Y los absurdos horarios de trabajo. Y que la cama no está tendida. Y que yo no me he bañado ni me he lavado los dientes. Y que comimos demasiado. Y que la llave del baño no sirve. Y que ya no estamos más en el espacio de lo extracotidiano. Aquí vivimos y esto es lo que tenemos como vida diaria. Claro, están las ocasionales escapadas para nosotros dos solos, los fines de semana románticos y los romperutinas que utilizan todas las parejas, también las civiles. Sin embargo, las parejas civiles no tienen lo que nosotros. Esa esporádica cena con velitas es el highlight del mes, de la semana si están recién casados, del año en el peor de los casos. Mariana y yo tenemos que enfrentar el peso apabullante de la vida doméstica contra las imágenes surrealistas del viernes o del sábado pasado, contra las tres horas de gritos continuos, contra el juego de las cuatro lenguas, contra el entorno onírico del sol que se va poniendo al otro lado de la ventana y que la yuxtaposición hace ver como guardándose en la espalda arqueada de una mujer que no es la mía. 

     Todas las parejas dicen: Lo nuestro ya no es lo que era antes.También las parejas swinger lo dicen, o lo piensan al menos. Pero hay una sensación extra que nos acicatea con un giro, tal vez, más doloroso, la convicción palpable de que no tiene por qué ser así. No me gusta que me toques así. Lo que para un civil se convierte en un ni modo, a ver la tele y ya mañana será otro día. Para nosotros es yo sé que sí te gusta, te vi ayer, alguien más te toca así, y cuando él o ella  lo hacen lo disfrutas. Es una moneda al aire con dos finales posibles. La frustración amarga de no eres tú soy yo, y esta vez estoy cierto que soy yo. O la luz encendida sobre lo que sí es posible. Ya sé que soy yo, ¿qué puedo hacer para arreglarlo?

     No es un laberinto sin salida. Primero habría que entender que una persona no es la misma en una circunstancia que en otra. La conexión que Mariana tiene con ese hombre que podría hacerme sentir menospreciado, tiene su raíz en que con él no comparte ni una fracción de lo que comparte conmigo. Él no es con quien ella se acuesta todas las noches. No es de quien conoce lo mejor y lo peor, no es quien le ha visto pasar sus más galopantes diarreas ni con quien ha construido una vida en común. Ese hombre, no es una realidad, es una posibilidad abierta y a todos nos ilusionan las posibilidades. Habría que entender que yo tampoco soy el mismo, que cuando nos preparamos a salir con otra pareja, paso más tiempo en la regadera que nunca. Cuido lo que bebo y lo que como. Cargo con un cepillo de dientes. Me fijo en que mi ropa no esté arrugada. Me guardo, pues, mis gases para mí solito. Los días que estamos con otros, yo también soy mucho más seductor, al menos, menos bestial que el monigote que pasó todo el día en pijama frente a su compu.

     Para nosotros fue muy reveladora una cena al corro de un corte de carne de proporciones dignas de los Picapiedra y de un Merlot de Casa Madero. Estábamos con unos buenos amigos. Los vemos una vez al mes. Con ellos follamos siempre muy bien. Nos gustan mucho. Además los queremos mucho y se han hecho una de nuestras parejas más estables. Sin saber de dónde vino, comenzaron a hablar del tema. Parecía, de pronto, que buscaban en nosotros, una especie de terapia de pareja o de arbitraje para una discusión que llevaba mucho tiempo sobre la mesa. Mariana y yo nos buscamos las miradas. Ella y yo habíamos estado, insipientemente, también tratando el asunto. Habiendo bajado las cartas de los cuatro, no nos quedó más que titular el capítulo "Cosas que aceptas en otras personas, y en mí no". Resultó en terapia colectiva, que nos vino a todos como un golpe de aire fresco. Alguien más, quizá todos, están pasando o pasaron, o pasarán por ahí.

     Creo que aprendimos lo siguiente:

 Se trata, de todas formas, de una faceta nueva a la que tendremos que dedicarle muchas más horas de sesuda reflexión, muchas más conversaciones entre nosotros y con otros, y de preferencia, más rib eye y más Merlot.







     


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