Pensar coger, decir amar, escribir follar

El lenguaje y el sexo 

     Dicen que lo que no se nombra no existe. Por eso es importante decir, por ejemplo,  presidenta aunque se trate de un disparate gramatical. La forma en la que hablamos delimita el mundo que conocemos, y los que saben analizar el idioma,  pueden desenmarañar las entrañas de nuestro pensamiento escuchando con atención nuestra elección de palabras.

Acuarela de pareja teniendo sexo
apinadump

Es muy sintomático, en ese sentido, lo extremo de nuestras opciones cuando hablamos de sexo. Los mexicanos podemos, en un registro formal, tener sexo. Esa, sin embargo, es una afirmación es imprecisa porque, aunque todos entendemos más o menos lo mismo, “tener sexo”, técnicamente, significa poseer un número de características sexuales y todos, hasta los más célibes tienen sexo. También podríamos tener relaciones sexuales, pero el término es tan aséptico que termina siendo aburrido. Las relaciones sexuales son algo que tienen los matrimonios rutinariamente cuando el ginecólogo les pregunta la frecuencia de su “vida matrimonial”, o lo que hacen culpígenos adolescentes aterrados ante la posibilidad de embarazarse. Nadie que lo disfrute de cabo a rabo puede estar teniendo relaciones, menos aún, relaciones sexuales.

Para disfrutarlo, así, con todas sus letras, bien y bonito, sin culpas ni remordimientos, habría que coger. Coger es un acto extraordinario porque denota lo físico sin ningún tipo de prejuicio. Quien nos dice que cogió implica en su discurso que la pasó rico.  Sin embargo, no se habla de coger delante de todo el mundo. De comer sí. Uno puede decir en el trabajo, sin empacho alguno, a la jefa: “Me acabo de zampar una comida buenísima”, pero decirle “Me acabo de echar una cogida de concurso” se considera inapropiado. Se entiende, entonces, que podemos tener una gran sesión legendaria de sexo, siempre y cuando no hablemos de ella. Porque mencionarlo, lo hace existir, y que exista es incorrecto. Coger, además, es algo que se hace cuando se abusa de alguien, cuando se mancha al prójimo, cuando se le hiere, en mexicano simple, cuando se le chinga. El gobierno siempre está cogiéndose al pueblo. De modo que, por analogía, si yo me cojo a mi esposa soy un gandul. Si me cojo a la tuya, posiblemente sea una cosa peor.

No sería tan grave el asunto si, en lugar de decir que cogimos,  confesamos haber hecho el amor. Tal vez, hasta enterneceríamos un poco a nuestro interlocutor, en lugar de asquearlo. Pero yo no quería decir que hice el amor; ni siquiera conocía a la persona en cuestión. Es decir, el sexo es apropiado en ambientes formales, siempre y cuando sea con amor. De otra forma, queda proscrito por vulgar. Sólo el vulgo se mete en la cama con alguien sin llevar también sentimientos nobles y superiores.

Por supuesto, está el coito y la cópula, pero seamos sinceros, ¿quién si no un personaje de libro de texto gratuito copula o se involucra en el coito? En cambio, nunca supe por qué, pero, en las telenovelas, el sexo  se hace. La gente con nombres dobles y triples ha de pensar que si se quiere algo bien hecho lo debe hacer uno mismo. Tiene lógica, a todos nos gusta que “eso” se haga bien.  El terminajo, de todas formas, entra, junto con el klingon y el elfo, en el terreno de los lenguajes de ficción. En el mundo real la gente no hace el sexo, ni copula ni coita, ni hace cosa similar.

Lo que sí hace la gente real es hacerlo. Omite el hecho mismo cuando lo hace. No se dice. No existe, pero se denuncia. Fulana Margarita y Mengano José lo hicieron. Y chitón, que al buen entendedor, pocas palabras. Nuestra lengua guarda en la elipsis un espacio sutil para distinguir entre un tipo de vergüenza y otras. No es lo mismo hacerlo que, simplemente, hacer. Hacer es bochornoso, pero humano. En cambio hacerlo es, encima, cosa de pirujas, de nalgas prontas y de cochinos. Todos ellos, libertinos cuyas acciones vale más callar.

Claro, está también el mundo de los eufemismos, divinos circunloquios como “llegar a más” “acostarse con” “irse a a cama” o en caso de alevosos contra tarugos, “llevarse a la cama a”. Millones de formas de no decir lo que nos morimos de ganas de decir: que intimamos de manera carnal con esa sabrosura que a tantos y a tantas hace babear. Así que lo comunicamos en decoroso libramiento, porque de enunciarlo simple y llanamente estaríamos incurriendo en varios vicios sociales a la vez. Si un caballero declara haberse tirado a la tal damita. Grave. No tiene porque estarlo diciendo, un caballero no tiene memoria. Y si es la tal damita quien externa la aventura. Peor. Porque una damita que sea una damita no anda por ahí ni tirando ni siendo tiranda. Ocurre, se entiende. Pero discreción, por Dios. De modo que en tal supuesto, el caballero pierde de un tajo su caballerosidad y la damita, su damitez.

Los españoles me caen bien. Ellos follan. Y se puede follar con libertad en casi todos los contextos sin que, además, exista la jerarquización del pasivo y el activo y del que lleva la mano con lo que hace el de atrás. Follar, se puede en parejas y en grupos, con amor o sin amor, con amistad o con delirio. Todo cabe en un follón, en un buen polvo, pues.

Pero en México intercambiar fluidos sigue siendo problema. Especialmente hablando del sexo seguro, donde precisamente esta dinámica está muy limitada por barreras de látex. Se goza, se jode, se posee. Se define el acto por la actitud y no por el acto mismo. Se habla, por supuesto, de desflorar, de metérsela o de chingar, y se entiende que quien haga cualquiera de esas tres cosas, sin duda tiene una vida sexual precaria.

Mariana y yo fornicamos casi siempre. Pero eso es pecado y, tal vez, no a todos les convenga.

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