Tomar una por el equipo

Tomar una por el equipo

Reflexiones sobre nuestra vida swinger

¿Qué pasa cuando a mí me gusta la otra pareja, pero a mi pareja, no?

Pregunté en Twitter, pero tengo la sospecha de que hubo un error de traducción; que entre el hispano: "sacrificarse por el equipo" y el anglófono: take one for the team, que era lo que yo, en realidad, quería decir, hay una sutil connotación que provocó que el resultado de mi informal encuesta me sorprendiera tanto. Explico. La pregunta textual era: "Swingers con mucha experiencia: ¿Ustedes creen en sacrificarse por el equipo? Acoté el interrogatorio a los que tienen más horas de vuelo, porque en parejas novatas cualquier tipo de sacrificio está contraindicado. Mi hipótesis decía que conforme uno avanza  en estos terrenos del sexo compartido, aprende a relajarse, a dejarse llevar y a permitir que las cosas sucedan sin tantos frenos. Por lo tanto, esperaba concluir que los más experimentados estarían dispuestos a revolcarse en la paja sin tanto prurito si eso traía para su pareja algún valor sexualmente agregado.

     Pienso en muchas anécdotas en las que a Mariana y a mí nos ocurrió y, sin tenerlo como una política expresa, nos ceñimos al adagio de "Hoy por ti, mañana por mí" con resultados muy gratos. Pero, aunque fue imposible expresar todo eso en los 140 caracteres de mi pregunta, intuyo que los experimentados, sabían bien de lo que estaba hablando y de todas formas las respuestas se inclinaron por el no no no no y no. Tiene sentido: si de lo que se trata es de disfrutar, ¿qué necesidad hay de padecer? Incluso, cuando el ibérico-panameño, UHL, relató que algunas parejas llevan cuenta de los sacrificios hechos para cobrarlos luego, irremediablemente me sentí identificado.

     Lo que evidentemente suena a práctica muy mezquina, para nosotros se ha convertido en un juego. Todo el tiempo me cobra, en público y en privado, la vez, por ejemplo,  de la mulata neoyorkina más flexible que un rebozo de seda que, para mala fortuna de mi esposa, venía acompañada de un personaje de los Simpsons (no de los guapos). Entonces, mientras la mulata hacia  pole-dance con mi deleitada hombría, el flácido Apu detenía los esfuerzos creativos de Mariana repitiendo como un mantra: "No hands. No hands". Yo sé que vale que me lo eche en cara, y me hacer reír, primero, porque mi revuelo fue inolvidable y además, por que ella sabe lo que tuve hacer para que se tirara a Cocodrilo Dundee o para que cumpliera su fantasía de chocolate. Pero es un juego, y es divertido. Lo mismo cuando discutimos a quién le toca preparar el desayuno o quién tendió la cama más veces en la semana.

     Ahí está el giro, en que el sacrificio no es sino un muñeco de sacrificio, un remedo, un simulacro juguetón. No es la pérdida de un bien importante con el fin de obtener un bien mayor. Especialmente, porque no sería cabal si uno es el que entrega y el otro el que recibe.  Se trata más bien de la ficha de un tablero con el que Mariana y yo nos entretenemos. Nada se pierde si alguno de nosotros termina dando concupiscentes saltos con un ser de no mucho nuestro agrado si, al final, el sexo es como la pizza y cuando no es tan bueno, de todas formas es bueno. Con moderación, claro. No es lo mismo, "no me encanta" que "nunca en mi mortal existencia", pero mi mujer, aquella para la que el bello facial fuera otrora, motivo de castidad in extremis, al cabo de tanto menear metafóricamente el abanico, ahora vive bajo el principio de que el que escoge no coge. Así, relajados los dos y librados del atractivómetro con el que antes medíamos el coeficiente de follabilidad de una pareja el cual exigía una tolerable desviación estándar entre índice hot de ella y el de él, somos más de tomar lo que la vida nos ofrezca, muchas veces, con gratas sorpresas tras fachadas menos afortunadas.


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