Habitación doble con una cama

Nuestros relatos swinger

La mayor parte de la gente que conocemos en el ambiente dice que los intercambios y el sexo grupal cambiaron por completo su vida de pareja. Dicen que aprendieron a lidiar con los celos. Dicen que aprendieron a comunicarse. Dicen que subió su autoestima. Dicen que, de no haber empezado, estarían ahora sumergidos en el aburrimiento más absoluto. A nosotros no nos pasó igual. Nada cambió porque, de alguna forma, la pareja que hacemos Mariana y yo nació siendo libertina. Desde que empezamos a salir probamos juntos todo el menú del bufete sexual que teníamos a la mano. La transgresión no nos parecía encantadora por estar prohibida; en ese entonces, todo estaba disponible y nosotros brincábamos de una práctica a otra como quien elige helados. Hoy vainilla, mañana, macadamia. El swinging fue, muy pronto, nuestro sabor favorito.

caderas en crochet
Imagen: ? Vía: Sicalipsis


  Los conocimos por amigos comunes. Tienen nuestra edad, pero apenas empiezan. Apenas empiezan a estar casados, apenas empiezan a lidiar con las rutinas, apenas empiezan a descubrir el ambiente y, como nosotros, desde hace muchos años, se sienten sorprendentemente cómodos en esto del sexo no del todo monógamo. Por eso nos caímos bien en cuanto nos conocimos. Parecemos los dos extremos de una misma cuerda. Una cuerda que tiene claro que la exclusividad sexual no forma parte de nuestra naturaleza. Nos vimos para cenar en la Roma y bebimos y degustamos, y encontramos entre los platillos un vasto mundo de complicidades. Hay quien cree que los swingers tienen sexo sin emociones. No es nuestro caso, lo que más nos gusta de esta práctica es conectarnos con otros en un sentido más profundo, encontrar amistades que se unen, en poco tiempo, con lazos tan fuertes como los de las amistades añejas. 

    Cuando el restaurante se metamorfoseó en antro, salimos a buscar escenarios más aptos para la aventura. Nuestro catálogo de moteles con acceso para más de una pareja, aunque amplio, se agotó pronto por la hora y sólo conseguimos una habitación normal para ser usada durante cuatro o seis horas. Si se tratara de llevar a un amante pasajero, seguramente, el lapso bastaría, pero cuando se juntan más de dos personas, el tiempo de jugar se extiende exponencialmente, así que cuatro, no requieren cuatro horas, ni seis. Si acaso 8. No sería suficiente, pero eso era con lo que contábamos. Nos buscamos cada uno una esquina de la cama, y continuamos con la conversación que quedó pendiente. Continuamos conversando, y continuamos conversando mientras gastábamos los minutos que, supuestamente, queríamos invertir en misiones más físicas. Era como si nos hubiéramos reencontrado con compañeros perdidos en un remoto lugar de nuestra historia. Oír la conversación de estos dos extraños, era como ponerse al día con viejos conocidos.

Mariana sabía que si no hacíamos algo pronto, esa noche no habría ni siquiera desnudez. No es que fuera grave mantenerse castos por una sesión, pero el verdadero riesgo era que nuestra nueva conquista nos depositara, sin remedio, en el cajón de los amigos con los que no se coge y eso sí que no podíamos permitirlo. No con ellos, que eran tan guapos. Y a los que queríamos seguir viendo, precisamente, para coger. Así empezó. Comenzar una orgía es igual que iniciar un incendio forestal, una chispa basta. Mariana se sentó en las piernas del hombre y lo besó. Creo que así empezó. Pudo también haberla besado a ella, o haberle hecho sexo oral a él, o pudo desnudarla, o desnudarme. No sé. La cosa es que fue una acción que disparó una reacción y esa reacción desencadenó otra. Quien hubiera entrado al cuarto unos minutos después hubiera visto a cuatro personas sin ropa en una cama. Hubiera encontrado difícil saber quién venía con quien. Hubiera descubierto lenguas y besos que se entrecruzaban sin ninguna lógica aparente. Hubiera visto manos que de un momento a otro se dejaban de ver. Hubiera visto sexo. Hubiera visto mucho sexo y, seguramente lo habría disfrutado porque el espectáculo era hermoso. Hubiera visto también a dos mujeres hacer el amor mientras sus maridos se quedaban sin razones para dejar las manos quietas. Hubiera escuchado gritos.

Como era de esperarse, la recepción del hotel nos llamó cuando todavía nos quedaban ganas. Aún teníamos mucho de qué hablar, aún teníamos mucho que follar, pero ahora, hacer una pausa ya no era un problema. Podíamos esperar hasta la próxima semana para encontrarnos otra vez. Otro restaurante, otro hotel. 

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