La paradoja del swinger aburrido

Reflexiones sobre nuestra doble vida

     A mí en la  vida me ha ido muy bien. Mucho mejor que a la mayoría de mis amigos y de eso podrían dar fe distintas mediciones objetivas. Bien, no envidiablemente bien, pero bastante bien. Bien porque tengo mucho sexo con muchas mujeres. Bien porque viajo, más de lo que mi liliputense salario me permitiría..  Bien porque amo a una mujer clara que amo y me ama sin pedir nada, o casi nada que no es lo mismo pero es igual. Bien, porque todo el tiempo conozco gente interesante y a los excelentes amigos los puedo contar con más dedos que los que tengo en una mano, o dos para el caso. Bien, porque soy de los pocos privilegiados que saben a quién se está tirando su mujer. Bien, porque salgo de noche. Bien porque bebo. Porque bailo. Porque siempre estoy rodeado de diversión. Y bien, sobre todo, porque tengo un pingüe anecdotario rebosante de historias divertidas que podría contar entusiasmado para el azoro de múltiples escuchas, y ahí justo ahí yace mi maldición de Casandra.

Jupiter reprendido por Venus
Abraham Janssens

-¿Cómo estás, Diego? ¿Qué has hecho?
-Nada, lo mismo de siempre.

     Ni modo que les cuente que anoche, al son desaforado de los gritos de mi esposa, dos chicas tomaban turnos para hacerme sexo oral.

-¿Sigues en lo mismo?
-Sí, ya sabes. Haciéndome viejo en el mismo oficio.
-¿De la novela, nada?

    Nada de la novela, pero no puedo decirles que nuestro libro está disponible en Amazon, y que no le va nada mal. Tampoco me fue dado informar a los humanos que mis mejores cuentos cortos están acá, y que de hecho, paso un tiempo considerable contestando fan mail.

-¡Y acaban de regresar de la playa! ¿No? ¿Cómo les fue? ¿Qué hicieron?
-Ya sabes, hombre, lo común.:un resort, pasar el día en la alberca, cenar... Descansar, básicamente. Un sitio lindo, si. 
-¿Todo incluído?
-Sí todo incluido.
-Qué padre. Esos son los mejores.

     Y en el fondo de su mirada se deja ver una profunda compasión.

-Ajá.

     No hablo de la jovencísima criatura que no dejaba de gritar majaderías en inglés mientras la penetraba en non sancta posición. Ni de la deliciosa pareja que se nos fue viva, pero con un prometedor continuará. Ni de lo diminuta que Mariana se veía en los brazos de un gigante descomunal que no dejaba de rondarla. No hablo de los extravagantes vestuarios ni de las fiestas enloquecedoras. No hablo de lo grato que es encontrarse de nuevo con personas a las que uno se folló hace un año, y como, al volver a verlas, parece que el tiempo no pasó. 

-Por cierto, Dieguito, ¿porqué no llegaron a la reunión del fin pasado? Los estuvimos esperando. Se puso buenísima. No sabes el nivel de peda.
-Ya. Sí qué mal que no llegamos. Tuvimos visitas en casa.
-Las hubieran traído.
-¡Uy no! Son medio antisociales y nos cayeron de improviso.Ni modo. Para la otra. Cuando menos, se habrán divertido en tu casa, ¿no? 
-Pues... cena entre parejas. Ya sabes.

     Mi memoria se infla con recuerdos y mi rostro batalla para no demostrarlo. La cama llena de juguetes. Ropa por toda la casa. Viajes indiscriminados a la regadera entre orgasmo y orgasmo. Cuerpos desnudos, risas y un montón de técnicas innovadoras para la extracción de placeres concatenados. 

-Por eso me caes bien Diego, porque tu vida es simple.

     Insulsa, quiere decir.

-Y tienes a tu mujer, y están juntos desde hace mucho. No manches Diego, ustedes son un ejemplo para todos. ¿Ya llevan un buen, no? Y se ven siempre tan contentos. 

     Quiere decir: conformes.

-Deberían de dar talleres para explicar su secreto.

     Mi interlocutor quiere ser amable. Es condescendiente, más bien. Y yo soy condescendiente al mantenerlo en lo alto del monumento a la superioridad al que se ha trepado él solo. Él piensa, como es lógico desde su perspectiva,  que la estabilidad del matrimonio es un premio de consolación que da la vida a los mediocres. Él piensa que la comunicación es un tema que sirve para escribir artículos en Cosmo, pero que ser sinceros en la vida de pareja nada puede tener de sensato. Él, como los otros, cree que la complicidad es lo que se tiene con los cuates, nunca con la esposa . Cree que una mujer debe ser una puta en la recámara y una dama fuera de ésta (pero ella no será nunca esa puta en la cama porque cuando lo sea, él sospechará que lo engaña). Él esconde su pornografía bajo siete contraseñas y luego, cuando su mujer la encuentra y se la borra y llora, y tienen que ir a terapia para hablar de infidelidad y adicciones y conductas autodestructivas, asume todo como el costo que hay que pagar por no haber puesto una contraseña más, o dos. 

     Me despido, quisiera decirle que soy un tipo divertido. Que tengo aventuras. Que me pasan cosas padres. Que no conozco los mejores restaurantes de la ciudad pero que conozco todos los moteles. Que tengo una anécdota graciosísima para contar, pero me acuerdo que la historia involucra haber mandado una foto de Mariana desnuda a un grupo de Whatsapp en donde están mis mejores amigos y... no ¿para qué?

    Mi interlocutor mira entonces alejarse la larga figura de un hombre de casi cuarenta años. Se está quedando calvo y cada vez tiene más canas. El saco de tweed deja ver que camina un poco encorvado, parece que tantos años de hacer lo mismo le están cayendo encima. "Qué triste", piensa. "Tan listo que era el Diego cuando éramos chavos." Se acuerda de los personajes de Benedetti, se sube a un auto de lujo y agradece tanto no estar en mis zapatos.


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