La noche boca abajo

Crónicas de fiestas swinger: La noche boca abajo

Fiesta swinger con final inesperado

Nada hay de cachondo en esta historia.

     Tengo claro que eso de ser sexi no es lo mío. Trato de compensarlo de otras maneras, pero nunca seré el tipo de persona que camina entre la multitud y hace que las chicas se muerdan el labio de abajo. De cualquier manera, mis alergias no ayudan. En nada. Pocas cosas son más anticlimáticas que la moquera invernal que me ataca sin ningún pudor, mis ojos llorosos y mis constantes estornudos. Pero era el cumpleaños del Che Terror y moríamos de ganas de asistir. Además, los Doctores Chocolate fungían de nuestra date y el punto de salir en pareja con una pareja como nuestra pareja a una fiesta de parejas se antojaba, por decir lo menos, divertido.

     Como el primer antihistamínico no me hizo ni cosquillas, antes de salir de casa, tuve la precaución de tomar otro diferente. Si no era uno, era el otro, pero no estaba dispuesto a pasar la noche entera haciendo homenaje a algún tuberculoso del romanticismo alemán. Me abrigué bien y salimos los cuatro a perdernos en la lujuria del otro extremo de la ciudad. Una vez llegados al punto de reunión, nos tomó unos minutos estar seguros de que el total de asistentes a la fiesta estuviera en la misma página.  Es decir, había mucha gente que no conocemos y era difícil estar seguros de la cualidad swinger de todos. En lo que yo lograba resolver el enigma in mente, la Srita. Comandante me saludo con largo beso en los labios que disipó todas mis dudas. 

     En un rincón del patio estaba, en corro, un grupo de amigos nuestros de esos con los que se conversa rico y se faja mejor. Dos buenas razones para sumarnos a su núcleo.  Las pastillas habían hecho buen efecto, así  que el frío no fue suficiente como para llevarnos al interior de la casa. Ahí dejamos morir mucho tiempo, entre jugueteos, insinuaciones y besos furtivos que unas le daban a otras y, a veces, unas nos daban a otros. Así es esto, hay amistades con las que se puede compartir un trago, otras con las que se comparte una película y otras con las que se comparten besos, esas son mis favoritas. Besos y caricias en el trasero. Entre actividades de ese tipo es que de pronto me vi en el umbral de la puerta repartiendo mi lengua entre la Doctora Chocolate y la Señorita Comandante. Siendo justos, ellas también distribuían atenciones, no todo era para mí. Pero ni modo, cuando se juega en tercias según reglamentos internacionales, uno asume que no siempre se puede ser el centro de debate. 

     Soy, definitivamente, de esos peces que mueren por la boca, y entre mi adicción por las lenguas y bucear con los dedos bajo las faldas cortas, se me podría ir la vida entera. Así fue. Se me fue la noche jugando a hacer travesuras y a dejar marcas de mi paso por el cuello de las dos mujeres que tan bien cabían entre mi abrazo. (Señorita Comandante: El presente reportaje es una pieza de documental-ficción. Por lo tanto, los límites entre veracidad y fantasía son difusos. Por tal motivo, nada de lo que escribo en este blog puede considerarse una confesión expresa, y como tal, ser utilizada como evidencia en mi contra. Los chupetones que aparecieron en su zona cervical son aún de origen incierto y yo nada tuve que ver con su formación.) Debo asumir que mucha sangre dejó, en esos momentos mi cerebro para ir a otras partes donde más pudiera necesitarse.  

     Ocurrió que necesitaba rehidratación. Tomé un descanso para robar una cerveza del refrigerador  y sentarme en una de las sillas que estaban acomodadas dentro de la casa, y alrededor de un grupo de mujeres que jugaban a bailar, a acariciarse y a deshacerse cándidamente de la ropa. La Srita. Comandante vino a hacerme compañía. Se sentó en mis piernas y creo que hablamos de cómo se llamaría ella en esta historia. Disfrutaba mucho su cercanía. Hay un recuerdo de juventud en estar cerca de ella, escenas de las primeras veces en que me sentí seguro hablando con el sexo opuesto. Estaba relajado. Sospechosamente relajado. Cuando el color de la piel desaparece, se siente. El color tiene temperatura y la palidez se siente fría... hormigueante. La palabra que busco no es mareo. Tampoco vértigo ni nausea. Pero hay una sustancia que parece vaciarse por los pies, y con ella se va un poco del tono del cuerpo. Le dije que necesitaba salir y se levantó. 
     
      En ese momento, lo único que se me ocurrió fue decirle a Mariana que necesitábamos irnos inmediatamente. La misión no hubiera sido nada sencilla. Éramos nosotros dos, más los dos que fungían como nuestra date y entre comunicaciones y despedidas, seguramente, pasarían más minutos de los requeridos para atender una emergencia. Por eso, cuando me la encontré en la puerta acomodándose la blusa, y me dijo que iba al baño, la dejé ir sin decirle nada sobre mi deseo de huir. El frío de la noche me alivió. Al menos por un par de segundos antes de lograr entender que todo se estaba poniendo demasiado blanco, como una foto sobrexpuesta. Busqué donde sentarme y no encontré. La pared. Me podía recargar ahí y esperar que se pasara. Tal vez las medicinas contra la alergia estaban funcionando en contra mía. Pensé que debía sentarme en el piso. En muy pocos segundos me iba a desmayar, eso lo tenía claro. 

     El Doctor Chocolate me vio ponerme en cuclillas.
    
     La Doctora Chocolate se había volteado a dejar su trago en algún lado.

    Sobre un fondo blanco escuché la voz de la Doctora preguntando: "¡¿Qué te pasó?!"
    
  Sentí la cara fría y mientras la imagen adquiría algo de nitidez, podía identificar mi sangre manchando los azulejos del piso.

     Estaba sentado. El Doctor Chocolate sostenía hielo sobre mi herida. Alguien me sujetaba de la mano. Alguien más limpiaba la sangre del piso (Más tarde me enteraría que era para evitarle a Mariana la impresión cuando saliera del baño). Gente. Mucha gente frente a mí. Mucho frío.  Luego llegó Mariana. "Estás pálido", dijo alguien. "Me siento pálido". Me sentía pálido.

      Con todo el mundo mirándome fijamente, lo único que acerté decirle a Mariana, cuando la vi, fue: "Hice el oso". Lo hice. Nada grave, pero igual es bochornoso.

    Nada más que agregar. Todas las noches swinger terminan con algo adolorido. Algunas veces, eso es divertido y otras, no tanto. Lo que hace de éste un cuento cómico es un final feliz. Es bueno estar rodeado de gente buena. Es bueno que si ocurren eventos desagradables, alguien haya que te sostenga la mano, alguien haya que vaya por el hielo, alguien haya que busque a tu esposa,  alguien haya que se preocupe por ti, alguien haya que te lleve casi cargando al coche, y alguien haya que te lleve a casa. Swinguear siempre es bueno. Por cosas como éstas, yo prefiero hacerlo con gente buena. 

 
La Resurrección de Lázaro
Maarten de Vos - La resurrección de Lázaro


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