Devanar la fantasía

Crónicas de sexo en grupo


Crónicas de sexo grupal-

Éste es un hotel con una pileta junto a la ventana. Los dueños y el personal la llaman alberca. No es que uno pueda dar más de brazada y media, pero sin duda es más grande que un jacuzzi. Como quiera que sea, es un sitio lindo y cómodo. La habitación entera está diseñada para producir ganas de quitarse la ropa y de dar a la piel motivos para celebrar. Nos gusta reunirnos con otras parejas y tomar por asalto ese rincón urbano desde donde el tráfico del periférico parece ser problema para ciudadanos de otro mundo. Los hoteles de paso tienen tal encanto. Son un paréntesis geográfico en el paisaje de la vida diaria.

     Yo estoy en el rincón de la pileta. Si hubiera un programa de recuperación para adictos al agua caliente, sin duda tendría que inscribirme. Me encuentro pues, en medio de esa embriagues inocente del cuerpo sumergido en textura y temperatura ideales. Algo debe haber de uterino y freudiano en mi afición. En la otra esquina, Mike no puede creer su suerte. 

     El reino de las fantasías sexuales es tramposo, al menos la mayor parte de las veces. Quien fantasea diseña, a fuerza de repetición, un libreto preciso. La ensoñación, a la que se acude una y otra vez, es ensayada con rigor, es pulida y constantemente refinada. Hay directores de escena que aseguran odiar los estrenos, porque una vez que el proceso concluye, y la obra queda tal y como ellos la desean, los actores, en la primera función, se apoderan de la puesta, la reinterpretan y la hacen navegar por senderos ajenos a los designios del regisséur. Los grandes directores saben que eso está bien, que cuando su creación toma vida, también toma voluntad y, como los hijos mayores de edad, madura al independizarse. Pero es un duelo, no tiene remedio.

     Imagino que, cuando Mike mira, a escasos centímetros de su nariz, a la Condesa y Mariana besándose, que cuando puede sentir sobre su regazo el trasero de las dos mujeres, que cuando sus dos brazos se asen a las dos cinturas de ellas sin que nada detenga el impulso que, instintivamente, tienen las manos por explorar los cuerpos nuevos, Mike está seguro de que la fantasía que lo acompañó durante tantas noches febriles, ha llegado a la mayoría de edad. Me pregunto si una travesura erótica de ese estilo se disfruta desde la cabeza o desde el delirio.

     Pensará: Saliva y lenguas. Pensará: ¿Dónde está Daisy? Pensará: Aquí se siente rico. Pensará: ¿Por qué Diego no me quita la mirada de encima? Pensará: ¿Podré tocar esto? Es cierto, no le quito la mirada de encima (y eso debe ser un tanto tenebroso) porque en su desconcierto de novicio hay un tesoro enterrado. La ansiedad por apresar el momento sin perder detalle y la paradoja de estar y no en el centro del delirio propio, son bocadillos que sólo se disfrutan en las primeras veces. Alcanzar el sueño erótico es como escuchar a Bach. El gozo del descubrimiento es indescriptible, pero en ese momento uno es demasiado pequeño como para entender su grandeza. Después, uno crece, comprende lo magnífico de la obra de arte y se puede embelesar en ella de mil formas, sin embargo, el placer del descubrimiento se ha ido sin posibilidad de retorno.

Leyla Keylagh
Fotografía Leyla Keylagh


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