Historia cotidiana de una orgía

-Un cuento erótico-

     Encuentro los sonidos de sus ansias en medio de una tormenta de gemidos y jadeos. Su presencia es fantasmal. Tengo entre los brazos a una mujer que no es la mía, y mis sentidos están todos volcados en complacerla. Casi. Casi volcados en complacerla, porque el impulso que mantiene fluyendo mi excitación es la imagen ecolocalizada que tengo de Mariana. Desde el otro extremo de la orgía, sus ruidos livianos llegan a mí como la materialización de una promesa.

       Entre beso y beso, mi boca encuentra, sin escrúpulos, el camino que se abre más allá de la breve braga. Muerdo con sed. Como. Busco con meticulosa lengua los recovecos que extraigan las reacciones más sagaces. Hacer sexo oral a una mujer es resolver adivinanzas con el instinto. Es un juego de tenis entre el cerebro, que no se apaga en su afán de descifrar, y el desvarío de un remolino en constante caída. Querer morir es una analogía imprecisa. Pero sí existe algo de terminal, de definitivo, en el éxtasis sexual de un encuentro que funciona bien. Porque mienten los que dicen que el sexo es delicioso. El sexo casi nunca es delicioso. Casi siempre está bien, casi siempre es satisfactorio, casi siempre es eficaz. Pero delicioso... no sé. El sexo es torpe, es tartamudo es, digamos, socialmente inadecuado. Pero a veces es delicioso. En esas ocasiones, uno no sabe ya, para dónde hacerse. Si todo complace, entonces ¿qué sigue? 

      Con la boca llena de esa mujer que no es la mía, y con el ruido lejano de Mariana que escala, paulatina, hacia un orgasmo. Puedo recrear su imagen. Desnuda. De pie. Las piernas ligeramente abiertas y ligeramente flexionadas. Tendrá el trasero arrojado hacia una pareja que, tras ella, se derrite en besos. Imagino su figura entre las sombras. Imagino curvas resaltadas. Imagino un ligero temblor en la mano que se lleva al coño, para acompañar las dos manos invisibles del hombre y la mujer que la tocan al unísono.

     Regreso a la húmeda utopía de mi boca. Llevo un dedo al interior de esa mujer que no es la mía. Luego dos. Adivino como mis dedos entran en ella, mientras dos dedos ajenos entran en Mariana. Escucho sus gemidos salir por entre los labios de la mujer que tengo frente a mí. Suavemente recorro el cálido interior buscando tesoros. Me guío por la cadencia de Mariana, que desde su propia travesura, emite sonoras señales de humo. Las texturas en el interior de una mujer son un museo para el tacto. Exploro y acompaño con la lengua, con la otra mano sobre los senos, con los dientes sobre los muslos. Mi mujer acelera el ritmo de su deseo. La escucho como si sudara sobre mí. Su fiebre me dice que voy bien en mis indagatorias. 

      Hallazgo. Una molécula inflamada entre el índice y el medio. Una explosión. Una regadera acústica que me llena la mano y el pecho con su canto. Una oda. Una cascada. Un espejo. 

Mujer semi desnuda con piernas abiertas
Fotografía: Scott Hall

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