ADVERTENCIA: Hace muchos años que escribimos esta historia. Swingear era algo nuevo y escribíamos Jardín de Adultos como una forma de procesar lo que nos ocurría. Se trataba, en ese entonces, de visiones idealizadas de la realidad donde poetizábamos mundos donde Mariana y yo éramos lo único importante. Después de eso, los lectores empezaron a llegar y, por ventura o desventura, el blog se convirtió en un referente entre exploradores inexpertos sobre la escena swinger mexicana. Gracias. Pero si acabas de llegar a este blog y buscas recomendaciones de lugares liberales en México, nuestra sugerencia es no hacer mucho caso a esta reseña y revisar, en cambio, nuestra guía de clubes eróticos para parejas.
Lo que más me gusta de la Zona Rosa es el helado de vainilla con americano del Café de Genova. Lo que más me gusta de buscar a Mariana después del trabajo es que la noche se abre frente a nosotros con todas sus posibilidades. Aquel día decidimos probar suerte en la calle de Amberes, y mientras entrabamos en el mundo de los bares y tiendas gay, el buen humor se puso de nuestro lado. Llegamos a la Sex Shop Erotika, ese enorme monumento al color rosa que se caracteriza por lo atentos de sus dependientes. Subimos escaleras y pagamos la entrada a la zona de cabinas. Con sendas cervezas en las manos, tuvimos que buscar en las tinieblas una de los dos cabinas para dos. Son grandes, en vez de una butaca tienen un love seat, y no tienen glory hole en las paredes. De todos lados llegan ruidos de película porno; es una sinfonía por demás encantadora. Nos encerramos. Mariana es paranóica tratándose de lugares nuevos, y confirma más de una vez que la puerta esté bien cerrada. Ella escoge el canal. Dos apolíneos brasileños le dan por todos lados a dos brasileñas de sueño erótico. La escenografía es una embarcación ligera en medio de un lago tropical. El volumen es fuerte, y hace un lindo coro con los ruidos de las otras cabinas. Mariana se relaja y deja que las imágenes dirijan sus hormonas. Me toca el sexo, se da cuenta que estoy listo para ella, que siempre lo estoy, que siempre tengo ganas de pasar tiempo en ella. Se ríe y me masturba, lo hace con seguridad. Con el savoir faire de quien me ha tocado por más de 10 años. Se suelta y se deja tocar. Manoseos largos y besos húmedos, manoseos húmedos y besos largos. La historia se nubla un poco; la memoria, como siempre, no me deja recordar secuencias, sólo imágenes. Y en esta, Mariana a contra luz, se balancea a horcajadas sobre mi. Mis manos la sujetan por las nalgas, y los personajes del drama porno, se deshacen en el aire para caer en chorros de luz sobre sus senos y su costado arquedo. Se viene en un grito claro y duradero, y el grito se oye nítido sobre la frecuencia de los gritos pregrabados. El sudor de todo su cuerpo desnudo forma prismas que, vistos con cuidado reproducen en escalas diminutas la historia de los muchachos brasileños que fornican con muchachas brasileñas. Yo sé que todos escucharon a Mariana, se que a muchos se les antojó verla mientras se deshacía en uno de esos orgasmos en los que ella es campeona. No puedo verlos, pero los imagino en sus cabinas imaginándose la fuerza entre los muslos de Mariana y mientras produce su grito claro y duradero. He de haber hecho algo bien, mi mujer me premia dejándome terminar en su boca.
Nota: Había publicado hace mucho tiempo en Jardin de Adultos una versión previa de esta historia, pero en algún momento se borró y quise recuperarla y volverla a escribir.
Etiquetas: Erotika, historias de sexo