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Reseñas de bares swinger
ADVERTENCIA: Hace muchos años que escribimos esta historia. Swingear era algo nuevo y escribíamos Jardín de Adultos como una forma de procesar lo que nos ocurría. Se trataba, en ese entonces, de visiones idealizadas de la realidad donde poetizábamos mundos donde Mariana y yo éramos lo único importante. Después de eso, los lectores empezaron a llegar y, por ventura o desventura, el blog se convirtió en un referente entre exploradores inexpertos sobre la escena swinger mexicana. Gracias. Pero si acabas de llegar a este blog y buscas recomendaciones de lugares liberales en México, nuestra sugerencia es no hacer mucho caso a esta reseña y revisar, en cambio, nuestra guía de clubes eróticos para parejas.
Mariana decidió que el
Club de Pedro ya no es una opción, y cada vez es más difícil encontrar lugares para ir a hacer travesuras dentro de la Ciudad. Por eso aprovechamos que acabábamos de tener una cena coqueta en la Colonia Nápoles, que Mariana estaba linda y que yo me había arreglado para salir.
-¿Que sabes de ella?
-No gran cosa; que está por acá y que podemos llamar para preguntar?
-Vale
No encontramos a nadie que nos gustara, pero eso no está mal. Mariana, en general, prefiere tener poco contacto con desconocidos. La excitan los sonidos, la cercanía de la desnudez, la falta de pudor. A Mariana le gusta hacer el amor y que la vean. Le gusta gritar y que la escuchen sin tener que contenerse. Pero, en general, no es aficionada a participar con otros.
Cuando bailó Mauro, nos pusimos de buen humor. Es un tipo simpático y se encargaba de mantener a la gente contenta más que a las mujeres calientes. El asunto de los bailarines en los clubes para parejas, suele parecerme cándido. Quien los contrata espera, en un acto de democracia, que las mujeres se exciten como lo hacen los hombres frente a una tanga. Por eso nos cayó bien. Su aproximación a la audiencia tenía mucho más que ver con el ánimo. Bailo, y llamó a su socia. Luego escogieron entre el público, (me pregunto si con acuerdo previo) a una pareja. Tuvieron sexo. Fue bueno, porque fue real, y los gemidos de la voluntaria eran sinceros. No había nada estéticamente formidable. Sólo verdad, y eso yo lo agradezco mucho.
-Subimos ¿no?
Y luego de su propuesta pude ver el vestido corto de Mariana en camino ascendente por la escalera. Encontramos un cuarto donde todavía no había nadie, pero que pronto se llenaría. Se quitó el vestido y lo colgó como si estuviéramos solos en algun lugar conocido. La miré entre las sombras. El corset negro de seda y la milimétrica tanga. Me quité la ropa yo también, y me pareció gracioso estár desnudo sin motivo.Nos acomodamos en una gran colchoneta en el piso pletórica de almohadas. Mientras entraba la gente, mis dedos caminaban hacia las tierras bajas de su espalda. Otros dos se pararon cerca. La vieron con mi sexo en su mano y con la lengua alrededor de mi cuello. Se acostaron cerca de nosotros. Se besaron, se lamieron, se enredaron en sesenta y nueves y otros números más. Mariana y yo jugábamos a las caricias largas, a mi dedo índice y medio mojándose con sus piernas blancas.
Más personas entraban. Yo entraba en Marian de muchas maneras. Entraba por sus ojos de mujer enamorada. Entraba por su coño sediento de mareas. Entraba con los dedos a través de todas las casetas de vigilancia de su cuerpo. Quienes entraban al cuarto en penumbra se hacían sexo oral. Intervenían con otros. Se mostraban semidesnudos, y gemían alrededor de nosotros. Mariana sobre mí iniciaba su camino largo y placentero hacia la cima, y yo me esforzaba por llegar con más ahínco hasta su sima. Un orgasmo pequeño, y se recargó en mi pecho. La tomé por las nalgas y me empujé de un golpe a su interior. Junto a nosotros, el culo abierto de nuestra compañera de cama se movía impulsado por la lengua de su amante. Mariana me chupó la boca y volvió a emprender el camino de subida. Una vez en la meta, me aseguré de que esta vez, su orgasmo no fuera pequeño. Me encajó las uñas. La oyeron, estoy seguro, por todo el lugar. Me hizo venir con la mano.
Al bajar nos tomamos una copa más, el lugar tiene barra libre y platicamos. La Casa Swinger tiene tres reglas que son de sentido común: No se tolera estado de ebriedad. No se puede subir a los cuartos oscuros con cigarros encendidos o bebidas; y como en todos los lugares SW, "no" significa "no" sin explicaciones ni insistencias. Mariana y yo hubiéramos incluído otra regla que aprendimos en
Lynwood: En los cuartos oscuros, no puede haber hombres solos.
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